No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde

sábado, 26 de diciembre de 2009

MESA DE FIESTA

Con un mantel de estreno ha salido la vajilla azul de las grandes ocasiones. La cristalería ha viajado de la vitrina, transparente, luciendo sus galas de buen cristal. Los cubiertos bailaban de alegría al abrir el cajón, saliendo al son de la buena música que reinaba en el ambiente. Después han llegado las servilletas y el pan que han ocupado su sitio sin rechistar. Mientras, en la cocina las fuentes de los aperitivos escandalizan en sus colores apetitosos de tonalidades rojas, rosadas y verdes vegetales; tenían ganas de salir a la pasarela y triunfar sobre la mesa recién puesta. El éxito estaba asegurado. Las sillas deseosas de calor aguardan que les llegue el turno de ser ocupadas por los comensales que se deben sentar. Alrededor, desde el más joven a la más vieja, decidían dónde se iban a colocar. La tarea ha sido fácil. Ya están todos a la mesa sentados.
El anfitrión ha descorchado una buena botella de rico cava que se había mantenido al frío, hasta el momento de su debut en la mesa del almuerzo esperado. Todos han levantado la copa de cristal antiguo y han brindado por ellos, por los que están y los que no, pero que todos llevan en su corazón.
Otra vez, las fuentes ovaladas han reclamado la atención, cuando se probaba de unas y otras, cuando se hablaba de ellas, las muy protagonistas, daban muestras de regocijo dejando huellas en el paladar, de los ricos placeres. Explicándose de cuales elementos y alimentos estaban hechas (unas del mar, otras de la huerta). Decían que habían pasado por el frío, por el calor, por el baño María, por la sartén o por la plancha.
Desde el horno, salían aromas agridulces en forma aérea con un halo de misterio, porque nadie conocía de antemano el resultado de lo que allí se estaba cociendo, así que se hacían sentir, asomando de vez en cuando el vapor rico que llenaba el sentido del olfato de los que se preparaban para el plato principal.
La mujer del anfitrión, la cocinera, comía y picaba al oír los comentarios: qué rico, esto cómo se hace, de qué está hecho... Cuando de pronto ordena quitar el primer plato azul de porcelana sevillana. La mesa está llena de copas, el marido, padre, suegro, cuñado y yerno ha abierto una botella de un rico caldo de color sangre para ser bebido a la vez que toman la carne. Ella presurosa trae una fuente, la más grande, con una carne rellena, troceada y muy bien puesta, adornada con ricas ciruelas pasas, piñones y pasas de uva. En la otra mano sobre una bandejita que hace juego con la salsera lleva la salsa que huele de maravilla y que todos coincidirán en qué, sabe mejor.
El festín prosigue con sonidos de admiración, con unas bocas agradecida de las que sólo salen halagos, después de tragar el bocado. La fuente va quedando vacía, alguien cercano todavía rebaña en ella. Y la mujer que ha trabajado para que todo salga bien, está satisfecha y feliz porque al menos el cambio del menú, ha sido un éxito. Vuelve a la cocina y respira como para dejar en el aire la rúbrica de su obra. Ahora trae una gran fuente de cerámica verde aceituna que trajo de su último viaje por los Cerros de Úbeda, repleta de frutas del tiempo, que inundan la mesa de nuevo de color: naranjas, mandarinas, peras, manzanas y unos plátanos.
La mesa de fiesta no se deshace todavía, alguien se levanta para hacer café y aparecen los dulces y los turrones que estaban allí, en el rincón, a la luz de las velas esperando su turno.
Se oyen las risas y la conversación amena; la casa está caldeada, alegre y campante, las paredes respiran los sonidos que no le son ajenos y que han albergado durante mucho tiempo atrás. No son de cantar villancicos, quizá será porque los rellanos de los pisos no tienen portal. En la despedida las risas asoman a la cara y los besos dan forma a los labios. Se despiden y se van.
Rosalía está contando por teléfono a una amiga como ha sido su comida del día de Navidad. Anda un poco despistada últimamente y dando un pequeño grito al auricular dice: “Sabes, no te he contado lo buenas que me han salido las “pelotas” las pelotas del caldo de Nochebuena, esas que tu madre te enseñó y que tú me pasaste la receta . Ummmm me salieron riquisimas".
La amiga se ríe y se despide diciéndole: “cuánto me alegro Rosalía que todo te haya ido bien, la sencillez de tu relato ha hecho que mi estado de ánimo mejore.
¡Gracias amiga!

6 comentarios:

  1. Muy simpático, sugerente y nutritivo el relato de la comida navideña, con su apetitosa gama de colores. La verdad es que la comida primero ha de entrar por la vista.
    Un saludo.

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  2. Este relato me encanta...lo explicas tan lleno de detalles que parece que estamos dentro del relato.


    Besos

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  3. Se lee de un tirón y tiene un final inesperado que cautiva.
    Ole mi niña! Va a ver que contratarte para que alegres todas las cenas, y comidas de navidad!
    Besicos

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  4. Bueno, bueno, bueno....y autobiográfico, me juego el cuello...jajaja. No creas, que la cosa ha sido parecida por aquí...pero con menos gente a lo mejor. No sé. Ocho éramos en Nochebuena.
    Oye, con tu relato veo cada paso, y lo que más me ha gustado- literariamente hablando- lo de los cubiertos cuando se abre el cajón y suenan de una forma tan festiva y especial. Un gran acierto el empleo de los colores...y lo de las pelotas de caldo, ya sabes, son mi asignatura pendiente jajaja

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  5. • con la mirada atenta...

    En estos casos, se pasa una invitación para comprobar y degustar.
    Te felicitaré el día uno... aunque mañana publique.
    Te espero.

    • besicos
    ____________________________
    CR & LMA

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  6. Mmmmmmmmmmmmmm, qué bueno estaba todo!!! Un besico fuerte. María

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