No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde

sábado, 16 de julio de 2011

MESAS VACÍAS


Camarero en verano, estudiante durante el resto del año y músico a tiempo parcial. Eso dice él cuando le preguntas. Más bien sin preguntarle, él lo cuenta, cuando toma confianza.

Por qué, si todas las mesas de la terraza están vacías, siempre hay alguien que llega y se sienta justo al lado de la única mesa ocupada. En ella está esa mujer que toma café con hielo, lee un libro y de vez en cuando sólo mira al mar, desde la terraza del Balneario.

Hoy, se han acomodado bien pegaditos a ella una pareja: él prejubilado de una entidad bancaria. Presume de su situación, habla de la crisis económica con el camarero y músico a tiempo parcial. Le cuenta que cuando él era joven, trabajaba en el cine de verano de la localidad. “Había dos cines con programa doble –películas de estreno- cuando terminaba la primera salía en la bici con el rollo hasta el otro cine. Me traía la segunda, que en el otro había sido la sesión primera. Así todas las noches. Yo era primo del dueño del cine. Hacía esto y veía la proyección gratis, esa era mi recompensa”. Al camero lo llaman de otra mesa. Se va eludiendo el compromiso de tener que hablar de la crisis, aludiendo a su obligación.

Han llegado otros que ocupan una mesa más lejana. Ella siempre aprovecha para hablar por el móvil –vienen a diario- una y otra vez. Él fuma un gran puro y se tomará una manzanilla con whisky. Con voz aguda y rajada se oye, “camarero, un Maui como todos los días. Ya viene. Antes de llegar con la taza humeante, ella ya está hablando, debe ser la hora de la tarifa plana. Hoy como el viento lleva otra dirección, no se oye lo que habla ni con quién.

Mientras, la mujer del prejubilado se ha ido a darse un baño, después de tomarse un café con leche calentito. El marido se ha quedado haciendo el sudoku de un periódico con nombre de las primeras letras del abecedario. Parece que no le cuesta mucho trabajo, a pesar de haberle confesado a su señora que lo hará a tientas, pues se ha dejado las gafas en casa. Será que los números se le dan bien, ahí está, escudriñando operaciones. Ella como una sirena, alza un brazo y lo saluda con mucho amor. Él se da la vuelta con gesto despistado y sigue con la prueba del nueve.

Con vestido de rayas azul marino y alpargatas rojas, la mujer que lee sigue ensimismada en la lectura; conversando con los personajes de la novela de forma que, la coloquial charla de alrededor no le haga perder el hilo de la trama. Se toma el último sorbo de café y enciende un cigarrillo, observa las mesas vacías, las cuenta: una, dos, tres… hasta cincuenta. Y se pregunta esbozando una sonrisa acompañada de un gesto ceñudo: “qué misterio tendrá, sí todas las mesas están desocupadas, por qué todos nos sentamos unos tan cerca de los otros"

16 comentarios:

  1. Es un misterio lo de sentarse cerca habiendo sitio de sobra, pero es una suerte porque así la señora de las alpargatas rojas puede contarnos esta excelente historia.

    Un abrazo.

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  2. ¿De qué va el libro que lee la mujer de las alpargatas rojas?.¿ Y el señor que lee el periodico que empieza por las primeras letras del abecedario, los domingos lee las paginas color salmón que traen los diarios?
    Ya puestos a cotillear, jajaja.
    Un abrazo.

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  3. El comentario anterior es mio, sigo sin poder hacerlo con mi cuenta.
    El tejón.
    lacuevadeltasugo.blogspot.com

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  4. Lo primerico de tó: ¡¡¡FELICIDADES, CARMEN!!!
    Lo segundo: Ole por el relato, además ilustrados con dos fotos chipén.
    Lo tercero: la de las zapatillas rojas eres tú, seguro.
    En cuanto a la interrogante final: porque la mayoría de la gente tiene espiíritu gregario, vamos que tiende al rebaño. A mí es algo que me molesta cantidad, pero...
    Y por último: quiero hacerme la ilusión de que el libro que lee es una novela mía jajaja

    Seis besicos hoy, uno por cada letra de tu nombre CARMEN.

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  5. La gente que se aburre, muchos jubilados, los que buscan conversación o calor humano... todos ellos buscan la cercanía de los demás.
    Un saludo.

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  6. ¡Felicidades, Maricarmen! ¡Si te acercas a la romería en SAn Pedro del Pinatar, haz fotos!

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  7. ¡Llego a tiempooo!
    MUCHAS FELICIDADES!!
    Me ha encantado tu relato y esas zapatillas rojas, tan veraniegas... jeje
    No comento muy a menudo pues Internet en Cabo de Gata no lo tengo puesto todavía.
    Espero que hayas pasado un feliz día.
    Un abrazo fuerte amiga, desde mi Librillo.

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  8. Las alpargatas me dicen que su dueña está serena y feliz. Yo le sonrío desde aquí y le mando besos.
    Seguro le llegarán mientras lee, escucha, mira, observa...¿no serán mágicas esas zapatillas?

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  9. De como desde la nimiedad rutinaria de las cosas más insustanciales se puede llegar al meollo de la cuestión. Y es que todo está tan amalgamadamente fundido, que el rojo de unas zapatillas, los cubitos de hielo del café, el mileurista camarero, el café con leche de los pensionistas... todo tiene que ver con todo, la eterna pregunta, el misterio.

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  10. El relato y las zapatillas cuentan que la dueña del blog anda relajada, de vacaciones y se dedica a observar el mundo que le rodea.

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  11. Todavía no he tenido ocasión de relajarme como tú, que hasta las zapatillas hablan de la serenidad y felicidad que sientes.

    Atenta al paisaje y al paisanaje, eso es lo que me gusta de tí.

    Un beso,

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  12. Ummm se respira tranquilidad y paz.. y alegria.

    Un beso

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  13. Una estampa veraniega deliciosa: terraza, mar, libro y hasta la pregunta de ese afán de proximidad que tenemos los humanos.

    Dígale a la portadora de las zapatillas rojas que -como todos los santos tienen una octava- la felicito con retraso.

    Besicos a miles.

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  14. Estupendo relato con una buena reflexión. El ambiente veraniego se respira a través de tus líneas y hasta llegan aromas mezclados de mar, cigarrillos y café.
    Besos.

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  15. Tienes razón. Aunque yo soy de las que me siento lo más lejos posible de los demás, sobre todo aquí, porque así nadie me escucha las conversaciones que en las zonas rurales la gente es muy cotilla... Cuando estoy de viaje procuro siempre entrar en los sitios en los que hay gente. ¿Por qué? Porque si no hay nadie pienso que pasa algo: que el sitio está mal, sucio, o que van a cerrar. En el caso de las mesas, quizás sea siemplemente buscando el calor humano..

    Besos

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  16. Será porque cuando deseas estar solo nunca te sientas en una terraza de un bar. Es un lugar de encuentro y donde oyes sin poder evitarlo. Y eso está claro, se busca.

    Hace unos días que retorné de mis vacaciones pero he tenido y aún tengo muchas cosas que me impiden poner en marcha los blogs. Además, cada vez que lo pienso siento algo parecido a la pereza. Creo que tengo que tomarme un descanso y hacer otras cosas y sobre todo salir más. Dedicarle menos tiempo al ordenador.

    Me conozco y sé que cualquier día me levantaré con ganas de volver -esto es ya ciclíco- y entonces apareceré por ahí con una nueva palabra y mis fotos de flores silvestres y mariposas y otros insectos. Y el resto de los temas de siempre. Sólo hace falta que me sienta con ganas. Un abrazo de Franziska

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