No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde

martes, 22 de julio de 2014

UNA JORNADA DIFERENTE

       Amaneció una mañana radiante. Aquel día se le ocurrió. No se lo pensó demasiado. Caminó hasta la estación de ferrocarril. En el trayecto compró la prensa en el quiosco de los domingos. Al llegar se situó  frente a los luminosos informativos. Pidió un billete hasta una ciudad con mar. Siempre le gustó, cómo en las películas americanas la gente pedía los billetes así. El expendedor no se asombró, no era difícil, donde vive Ignacio son varios los recorridos que llevan hasta el mar.
         No titubeó ni un minuto a la sugerencia del empleado. Salió al andén, el tren  tenía inmediata la salida. Tomó asiento de ventanilla repasando con la mirada los detalles de la estación. Gente que iba y venía, las prisas de los jóvenes, la lentitud del maletero y su portaequipajes o las miradas indiscretas desde las ventanillas de un tren en el otro andén.
      Cuando el tren arrancó la marcha, no apartó la vista de la ventanilla, observando cómo subían y bajaban en las distintas paradas gentes desconocidas de caras tristes con pensamientos escondidos en su mirada o el bullicio de los jóvenes adolescentes   que se trasladaban de un pueblo a otro hacia su centro escolar.  No dejó de mirar el paisaje en ningún momento, como si se lo quisiera aprender y guardar en la memoria. Por fin podía hacer lo que quería, cuándo y cómo él, siempre había soñado.
        Llegó a su destino, se olía a salitre. El sol caldeaba la jornada entre una nubosidad variable que fue disipándose como el humo  de aquellas máquinas de hace unas décadas.
      Anduvo saboreando la brisa marina por el muelle del puerto, paseó entre los pantalanes observando los barcos, percibiendo el ulular de los palos que se mecían al viento suave. Buscó un café con terraza lo más próximo al agua y lo más lejano del ruido de la ciudad. Se sentó al sol de la primavera. Este fue el inicio de una etapa, la primera. En este día, en este momento, él empezaba su otoño personal y no iba a desperdiciar ni un rayo de sol, mientras pudiera.
         Su vida a la sombra se había acabado ayer. Hoy las tareas serían las que acaecieran sin pensárselo mucho: “A estas horas… ¿Qué más da?” –Pensó-
         Pidió un café con leche, tostadas de aceite y tomate. La sal la ponía el día, el sol daba la calidez necesaria y el mar la calma buscada. Leyó el periódico. Ahora sí, tranquila, plácidamente, como un festivo siendo lunes.
         Cuando terminó y sin mirar el reloj volvió paseando hasta la estación. Tomó el primer tren de cercanías. Así transcurrió su nueva jornada, sin prisas. Haciendo algo distinto. Ignacio entro en su otoño particular de esta manera. Un deseo nada difícil de alcanzar. Un viaje corto, leer la prensa como los domingos, sin prisas. Y cerca del mar, mirándolo.

foto gentileza de Nicolás Vaquero Martín

Nicolás Vaquero Martín es un amigo, fotógrafo y poeta: http://palabrasconfoto.blogspot.com.es/

jueves, 10 de julio de 2014

ATARDECE / AMANECE

 ...Llegas cuando cae la tarde
 Paseo por la playa de Levante, la calma te acompaña...
Mirando a Poniente, el color se dobla como el sol...

 Al día siguiente si miras por la ventana, te vuelve a saludar
 El faro se apaga cuando llega la mañana, vuelve la calma
 ...Y, por la orilla el paseo añorado, azul, transparente, tranquilo, suave, fresco, compartido...
Te reconcilias con los días, porque no hay ninguno igual...