No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde

martes, 25 de abril de 2017

"NADA" PRIMER PREMIO EN BULLAS


 "NADA"
        Mariola tiene la vida llena de papeles escritos, los lee y relee, y los vuelve a escribir. En ellos hay palabras de todos los colores, algunos sabores y muchos aromas. Suaves como el buen vino. La mayoría de las veces cuando los rompe, se arrepiente. Igual que de una mala borrachera.  Si las ideas se arremolinan en el ático de sus pensamientos, la mano y el lápiz parecen delirantes hasta expresar los sentimientos inasibles. Siente que le falta el aire.  Es como cuando pinta y se abstrae. Cuando cose y descose. Da tiempo para todo. O para nada.
       El viento hoy es calmo y cálido, tal  girandola en su rededor. Sólo el paseo por la orilla apacigua sus ideas que fluyen como las olas inquietas mojándole los pies. Mientras amanece por la ventana, la mujer de la camisola amarilla, se confunde con la bruma de una mañana que parece más, un caleidoscopio de mil colores. Quien mira, nada puede hacer por ella.




jueves, 20 de abril de 2017

ESCRITO EN VERANO

Carmen M. Marín

Mientras leía: "Nubosidad variable” de Carmen Martín Gaite, se oscureció la luz en su ventana. Con el vaivén, las nubes, rompían amenazantes sobre los tejados de las casas en la playa. Cogió la cámara y se asomó e hizo algunas fotos. Las nubes eran espectaculares bolas de algodón a lo lejos. "Entre visillos" parecían filtrarse las gotas de lluvia que caían dispersas, sólo calaban en el jardín. Hasta la casa llegaba, ese olor a tierra mojada tan especial en verano. Los nubarrones cargados de tintes sombríos, le hacían recordar otro libro. Buscó el cuaderno azul, donde siempre escribe. Dejó de leer a la espera que pasara la tormenta. El celaje del cielo se preveía breve. Unas gaviotas espantadas planeaban buscando el mar. Pensó que volvería la luz antes del atardecer. A Francisca le gusta escribir. Y así lo hizo, en su cuaderno azul. En él hace reseñas de libros, escribe algún que otro poema y cartas sin destinatario, como esta.
Un placer, leer, vivir otras vidas, tocar la suavidad del lomo de un libro, oler la letra impresa con aromas tan distintos: intrigas, desamores, mañanas soleadas o noches sin sueños.
 Otro placer escribir con buena letra. Dejar que la mano y el lápiz se deslicen por el papel que, dejará de estar en blanco para saborear el gusto de las palabras, de las letras. Unas veces alegres, de colores delicados o con tintas cálidas, como los días de verano. Otras amargas.
 Escribir, afirma y confirma la personalidad, define los estados de ánimo de quienes ejercen la acción. Leer y escribir, podrían ser sustantivos con vida propia, convirtiéndose en verbos que hicieran bailar a las palabras. Y las palabras se unirían al baile, formando un pentagrama imaginario que tanto al escribirlo como al leerlo, produzca una sonoridad perfecta, como la música.
 El eco de las palabras al escribirlas lo conoce muy bien el papel. La mano sabe de su sonido silencioso, acompasado por la mano y la letra, sonando en cadenciosa caligrafía que a su vez forman parte del sentido de la vida.
 Cada uno de nosotros, una vez, aprendimos a escribir, a escribir bien y seguimos escribiendo así, toda la vida, con la misma letra. En el orden de nuestra vida está, el orden de la escritura.
 Un cuaderno y un lápiz es el mejor juego para entretener a un niño. El garabato es el primer signo impreso, igual que el balbuceo, precede al habla. Estos primeros trazos se parecen a los colores  y la luz del verano.
 Ahora, suenan músicas distintas, son las grafías del teclado, pero estas, son quizás otras sinfonías, no son mudas, hablan rápidas en su navegar. Se mezclan en grandes mares de difícil comprensión, su extensión es incontable y su velocidad traslada la información de manera impresionante.
 Pero, estas serán otras músicas, en las que la caligrafía no identificará a las personas, sí las comunicará de forma extraordinaria. He aquí el futuro, la música del teclado.

Ahora, Francisca, vuelve a mirar por la ventana. La tormenta ha pasado, la luz regresa para ser la protagonista. Este es otro verano, después de leer y escribir o de escribir y leer…

*************************************************************************************************************
Este relato participa en #historiasdelibros de ZENDA

martes, 11 de abril de 2017

"LA OTRA" 2º Premio XXIV Certamen Literario



         Me contó un día que se jubilaría en primavera que ya empezaba a recoger y que haría buenas ofertas con lo que quedaba expuesto en la tienda. Ayer pasé por allí. Los escaparates llenos de cajas a medio cerrar, las lámparas solitarias pendían del techo en penumbra, los apliques, las tulipas y las pantallas de mesilla parecían  dolerse en el silencio de las sombras.
         Manuel también me contó que siempre escuchaba la radio por las mañanas, que oía las palabras habladas, decía, y por la tarde como buen amante de la música clásica sintonizaba  una emisora temática. “Sabe, así la luz de las lámparas  parece que iluminan más, parecen brillar acústicas. No me siento solo” Me dijo un día que yo también le manifesté que la radio era mi pasión.  El hombre de la tienda de bombillas era un todo de ilusión y proyectos. Empezó a trabajar muy joven, ahora tenía muchas expectativas: sus nietos, los amigos del dominó y su casa en el campo donde tenía un pequeño bancal de hortalizas
         Ayer pasé por allí. La persiana echada, sobre  ella, un ramo de flores con una nota. Me dio reparo leerla. Manuel atendía a la gente con generosidad manifiesta, eso sí,  sin perder un céntimo en su economía. Lo primero, “todo tiene arreglo, pero le va a costar, tanto”. Rápido hacía las cuentas, un trozo de cable, un interruptor, más una bombilla... Y tú asentías. Era único para solucionar un problema de electricidad.
         Una vez desmontada la tienda ante el cierre total y desde hacía unas semanas iba cada día para hacer aquellos grandes y pequeños paquetes con el material sobrante de lo que no había vendido. Ese día llamó por teléfono a una ONG de las que se dedica a recoger todo lo inservible para algunos y recuperable para otros haciéndole pequeñas operaciones o alguna que otra chapuza.  Manuel presumía de su destreza con todo lo que tenía que ver con la electricidad y por la costumbre no tomaba demasiadas precauciones. El día que daba el cerrojazo a la persiana después de tantos años, se subió a una escalera a desmantelar una gran lámpara de lágrimas cristalinas, a la que le tenía mucho cariño. Siempre titilaba al compás de los sones musicales. La  guardó durante años, una lámpara que tampoco había vendido su padre. Él la guardaba para su hija.
         Pero fue este día cuando la bella luminosa de cristal tallado le jugó una mala pasada, tan mala que le quitó la vida. Manuel, encaramado sobre la escalerilla, no se percató  después de tantos años de exposición que los cables hacían un contacto defectuoso. La envergadura del fogonazo eléctrico fue la misma que la de un relámpago de tormenta en primavera, rápido y mortal.
         A Manuel no lo mató la energía que desprendió la lámpara, sino la caída desde lo alto de la escalera a la que tantas veces se había subido. Entre el monumental golpe y el impacto eléctrico, murió en el acto. Acudieron los vecinos comerciantes, entre ellos Carmen la señora de la corsetería, su amiga de toda la vida de la calle Vidrieros. Ella fue la que llegó primero, la que llamó a emergencias, la que lloraba amarga y desconsolada por la muerte de su amigo.
         Ayer pasé por allí, la nota sujeta al ramo de flores marchito todavía no se había desteñido a pesar de las gotas de lluvia caídas durante la primera  noche sin luz de Manuel. Hoy sí me he atrevido a leer: “Te fuiste y me dejaste sola, como siempre”
         Yo conozco  la corsetería, la tienda más antigua del barrio. En ella hay de todo: medias, hilos, cremalleras, fajas, bañadores, botones y toda clase de abalorios. Siempre dice: “Pídeme quincalla, que tengo el almacén lleno”. Así son los pequeños establecimientos de barrio.  Ella hacía gala de su solera y de buen trato. “Dime qué quieres mujer”, alegre y dispuesta. Siempre.
         Fue entonces cuando me contó todo. El ramo y las letras eran suyas, como era suyo el amor que Manuel y ella, mantenían. Un amor secreto al margen de la familia. Sólo las lámparas y las bagatelas femeninas sabían de la pasión que se profesaban. Afectada por la gran pérdida me contó su historia. Me confesó que lo que más sentía era no poder asistir al entierro. Lo contaba con simulación  y abonico delante de la mercería. Cómo iba ir, si ella era “la otra”.