No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde

miércoles, 24 de mayo de 2017

"MENSAJE DE UN DÍA TRISTE" 2º premio Certamen Literario

En la madrugada de un día de diciembre ocurría. La luna se escondió entre las nubes rasgadas y amenazantes. Las estrellas centelleaban acompañadas por otras lunas, satélites y agujeros oscuros. Desconocidos en el firmamento cercano a la vista. El cielo se tornó tan resentido que, se sabía traería la lluvia tan necesaria para la tierra. Siempre tan esperada. Nunca con tanta intensidad y tan impensada para hacer daño.
         Muy asustados ante aquel suceso insólito, algunos vecinos del pueblo se acostaron con la mirada en el cielo negro, oyendo el enorme aguacero que caía sobre los tejados y arreciaba con las horas. En el duermevela, muchos vieron el agua llegar circulando por las calles, como regueros llevándose por delante lo que encontraba a su paso. Sin vacilar, el agua con gran virulencia entraba en las casas por los patios, buscando salir por la puerta principal con la prisa de una visita inesperada. En un arrebato. El agua de lluvia escudriñaba el camino hacia el mar, en un tránsito sin piedad. Inundando casas, sótanos, muebles, enseres, ropa, libros… En una escorrentía nocturna y desproporcionada. Algunos coches sin conductor circulaban a la deriva.         
En una de las casas, una abuela y su nieta permanecían subidas encima de la cama. Habían puesto, como si de un juego se tratase, toda clase de objetos debajo de las patas de la cama para elevarla del suelo lo mejor que pudieron. Mientras el agua corría por el terrazo. Allí se sentían seguras. La abuela, Soledad, casi susurrando con mucha ternura y arrojo, le contaba cuentos sobre el Mar Menor para que no se asustase. No quería hacer notar su aturdimiento. Su miedo. Así pasaron las interminables horas sin dejar de narrarle historias inventadas con gran fantasía. Le hablaba, sobre las peripecias de los caballitos de mar, los cangrejos, y los zorros. Le contó cómo era el Mar Menor con sus barracas de madera y sus largos pasillos, desde donde se tiraban en el verano al agua. De las aventuras con abordajes de piratas, fingidas en los flotadores de cámaras de motos y camiones, tan grandes como una balsa neumática de las de ahora. También de los saltos y piruetas desde las plataformas que se adentraban en mar.
Le contó cómo eran los bañadores de faldilla que se ponía la abuela, hechos por la modista. Quería hacer sentir a Andrea, su nieta, como una sirena en aquella noche triste de torrencial lluvia. Evitando que la niña notara su temblor y preocupación. Este fue su propósito en cada momento. También le habló de la feria de su infancia, del tiovivo y los futbolines. Y del cine de verano, en las noches de cielo raso con sesión doble, las pipas de girasol y el apetitoso bocadillo de tortilla. Andrea la escuchaba con una mirada muy atenta, entre alguna boqueada de cansancio.
De vez en cuando Soledad llamaba al teléfono de emergencias. “Tranquila señora, iremos a por usted” Sin estar tranquila, guardó la calma como pudo. La nieta con los cuentos, se quedó dormida. La abuela, veía pasar flotando como bajeles, los portarretratos de la cómoda. Su vida pasaba por delante sin poder hacer nada por impedirlo. Parecía un mal sueño. Lo fue. Soledad tardará en olvidar. La casa se empantanó poco a poco de tal manera que si bajaba de la cama, utilizada de flotador salvavidas, el agua le llegaba por las rodillas. Con arresto se mantuvo despierta. A flote.
Casi al alba, entre los estrepitosos sonidos de sirenas, no del mar como los cuentos que le había relatado a su nieta y las luces resplandecientes de los coches de Protección Civil, nada que ver con las luminosas, recordadas de la feria de aquellos remotos veranos, Soledad suspiró. La noche más larga declinaba. A su puerta que parecía la escotilla de un buque, por fin llegaron a rescatarlas los efectivos de emergencias. Soledad y Andrea al igual que otros vecinos fueron trasladadas a un albergue improvisado para la ocasión. Se quedó la casa sola, entre las aguas enfangadas, sin saber ni cómo ni cuándo volverían. No quiso mirar hacia atrás demasiado. Sólo pensó en que habían sido socorridas. Estaban vivas.
 Ya es otro día. Un día lleno de sol como son la mayoría de los días en Los Alcázares, donde el mar es calmo y templado, sólo inquieto cuando sopla el Levante. Después de tan inclemente tormenta, ganarán los días en los que el sol encandila los ojos por su resplandor. A Soledad se le enturbiaron en ese instante de lágrimas como los ojos azules de su nieta. En el ajetreo, Andrea se despertó y pregunto: “¿Abuela, vamos a la feria?”. La abrazó muy fuerte, abrigándola con sus brazos. Sonrió y les dio las gracias a quienes las trasladaban a ese lugar seguro. En el trayecto, desde el vehículo donde iban, observó cómo las calles eran ramblas, riachuelos afluentes, ríos y grandes avenidas llenas de fango y agua, buscando de forma desmedida llegar al mar.
 Un mar que también sufriría las consecuencias de la borrasca. La tierra, entraba en él, tiñéndolo de un tono marrón parduzco que apagaba la calidez azul y cristalina que lo caracteriza. Pensó, que ese color no le favorecía. Ni al mar ni a su pueblo. Soledad volvió a suspirar. Ahora un poco más calmada. Entonces utilizó el móvil para poner un mensaje a la familia. Escribió de forma telegráfica: “Estamos bien. Nos llevan a un albergue. Os quiero”.

























Gracias a mi amiga MARIOLA que asistió a recoger el premio en mi ausencia.

miércoles, 3 de mayo de 2017

SE ACABA ABRIL EMPIEZA MAYO




Se acaba abril empieza mayo

En estos días, la naturaleza deja sin palabras, 
el color te embarga la mirada 
y el olor te enturbia el olfato.
En estos días, la belleza se toca con las manos,
paladeando sabores imprecisos,
la primavera no es una estación. Es un sentido.
En estos días, la luz acompaña a la vida pasar.

Mi participación en la Revista Valencia Escribe 
del mes de mayo que dirige Rafael Sastre.