Cómo quieres que te lo diga. Así estoy bien,
tranquila como el viento cuando cambia a lo largo del día. Va, viene, rola, yo
también. Me acomodo a lo que tenga que ser cada día porque los días del estío
siempre me gustaron. Y, me siguen gustando, son largos, luminosos, claros,
calurosos. El calor se apacigua con el agua, el agua, del mar; bálsamo salino
que reconforta la piel dándole junto con los rayos de sol un color tostado que
procura alegría. Alegrías necesarias que se acumulan y cuando te miras al
espejo, disimulan las arrugas y los sinsabores del invierno permanente.
Como te iba diciendo, así estoy bien,
haciendo lo que quiero cuando quiero y como quiero. No sé si es feliz desayunar
mirando al mar y bajar a comprar el pan y los periódicos. Después tomar el
vermú al volver de la playa…recoger la cocina rápida para hacer la siesta en el
sofá delante de cualquier cantinela televisiva. Luego leer en la terraza entre
los distintos colores que alcanza mi vista: el azul del mar, el verde de los
arboles del jardín o el rojo de los tejados que refleja chillón el sol en su
escapada. Regar las plantas cuando cae la tarde. Ellas también reclaman mi
atención, las cuido.
Ya lo sabes, a mí los días largos del calor me renuevan haciendo eso, nada. Un verano más,
otros vendrán y serán distintos, como el agua en su fluir por un rio o como las
olas que rompen rumorosas en la orilla y refrescan mis pies durante el paseo
matinal.
Tú lo sabes, me conformo con poco.