No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde

jueves, 28 de enero de 2021

SUBIR FOTOS AL BLOG ¿quién me puede ayudar?

Esta foto es  del archivo Blogger  de mi autoría




 A ver cómo me explico: 

No puedo subir fotos de las carpetas de mi ordenador

Da un error: "Se ha producido un error en la subida: operación rechazada por el servidor"

Por más que lo intento, nada de nada. 

Vuelvo después de muchos días y en el icono de insertar imagen 

hay cuatro opciones: 

desde el ordenador

fotos (para el móvil)

Blogger

URL

He aquí la cuestión si pincho en Blogger se abre la pestaña y me dice: 

         Añadir imágenes

         De este blog

         Del archivo del álbumes de Google

Así que de esta manera he subido la foto que puede ser perfectamente de 2009(desde añadir imágenes de este blog, el mío claro) La última vez que subí una foto fue en noviembre de 2020 después cambió la plantilla o servidor de Blogger y hasta ahora. No me resulta nada dinámico el nuevo servidor, es complicado y enrevesado.

Me resisto a compartir todos mis archivos fotográficos a Google

¿ Qué hago? 

 

Dejo esta entrada por si algún bloguero/a la ve y me puede ayudar.

 

Muchas gracias. 

 



martes, 26 de enero de 2021

EL CORRILLO relato para el concurso #MiMejorMaestro de ZENDA

 

La llegada de la nueva profesora al Instituto fue como una cuerda elástica. Nos hacía vibrar en el aula con los ojos abiertos y la escucha atenta. Su explicación y  relato de la Historia dio un vuelco tan impresionante como rotundo. En los pasillos cuchicheábamos. Parecía mentira, era todo tan distinto a lo que estábamos acostumbradas, pero Lupe fue real.

Las demás asignaturas perdieron interés por tan solemnes. Siempre lo mismo, sin salirse del programa establecido. Sujetas al canon estipulado en aquellos manuales  arcaicos. Lupe nos daba apuntes que tomábamos con ilusión, todo aquello que no estaba en los libros, no era poco, era, como agua clara y fresca para beber.

Con ella lo primero era la etapa actual, desde el final hasta el principio. Como el mundo al revés, eso nos decía. Conocimos lo que nunca se llegaba a explicar porque acababa el curso. Aprendimos  hechos históricos, no  fechas ni  batallas. Se nos abrieron nuevas ventanas, incluso con ellas cerradas. Un centro donde los únicos hombres eran los profesores.

En aquellos tiempos en los que no estaba permitido el tuteo, Lupe lo aceptaba, fue ella, quien nos sugirió que lo hiciéramos. La hora se nos hacía corta. Impartía sus clases con vehemente pasión. Nosotras entusiasmadas. 

Tampoco eran tiempos de libertad, por eso susurrábamos sobre los temas, que nos abrían los ojos a tantas cosas. Fumaba pitillos sin boquilla. Nosotras embobadas. Cuando se le quedaba una brizna de tabaco entre los labios y sin dejar de hablar se las quitaba. Nosotras la imitábamos.

Aprendimos tanta Historia como nunca podríamos imaginar. Esto fue en la década de los setenta. Nosotras alumnas de un instituto femenino en una capital de provincia con mucho sol y costumbres conservadoras. Solo el patio tenía luz y alegría, los profesores eran tan grises como sus trajes.

Lupe no volvió el curso siguiente. Nosotras lo lamentamos mucho. Estoy segura que al claustro le molestaba que a ningún profesor le hiciéramos corrillo en el aula con nuestras preguntas. Sobre todo al de Religión, a veces, tenía que esperar en el pasillo un rato a que ella saliera. Menudo contraste se iba la apertura y entraba la cerrazón. Lo recuerdo parapetado en la puerta con su sotana. Se miraba el reloj penitente.


Con este relato participo en el Concurso de #MiMejorMaestro en ZENDA

domingo, 24 de enero de 2021

DOÑA PAQUITA #MiMejorMaestro ZENDA

 

Mi escuela era húmeda y gris con dos ventanas por las que algún día entraba el sol. Mi maestra, doña Paquita hacía punto de aguja mientras cantábamos, los ríos, las cordilleras, los golfos y los cabos de la Península Ibérica, las capitales europeas, y las tablas de multiplicar. Entonces se transformaba en colores, parecía otra. Se convertía en una escuela alegre de voces cantarinas.

Mi maestra una gallega adusta, siempre llegaba tarde, siempre con su paraguas, un adorno que usaba como quitasol en primavera. Sabíamos que llegó aquí por amor. Se enamoró de un hombre de Levante que además de ser maestro, como ella, tenía planta de galán. Todos los días se despedían en la verja del colegio con dos besos en las mejillas. Nosotras embobadas contemplábamos la escena en aquellos tiempos en blanco y negro y miradas de cine mudo. Una escuela solo de niñas. Algarabía y cuchicheos.

Doña Paquita quizás, adelantada de su época, aún practicando los métodos de la enseñanza del momento, por las tardes nos hacía leer capítulos de Corazón de E. de Amicis. Nos gustaba mucho leer. Nos sobrecogió aquel relato de un niño que escribía cartas desde los Apeninos a los Andes. Nos conmovía. Transmitía valores de sacrificio, familia, incluso patriotismo. Esto también lo hacía mi maestra, la época era para eso y poco más, como el inculcar valores parecidos, sobre todo el patriotismo vigente con cierta pedagogía decimonónica. Más tarde comprendí que el sacrificio y la penuria que comunicaba el libro lo que dejaba entrever era la emigración. Nos contaba que había muchos gallegos en América. A propósito del libro que leíamos.

Más tarde, en la universidad, a la que siempre nos decía que algunas deberíamos ir, eso sí, con beca pues éramos de un barrio obrero. Antes y allí terminé de entender demasiadas cosas.

No era mi maestra anticuada, no. Vestía muy bien con su gabardina elegante, zapatos de tacón y labios de carmín rojo. El pelo un tanto encrespado, quizás no acostumbrado al clima seco y cálido del sureste peninsular. Hacían buena pareja, después del beso diario en la mejilla, él se ponía un calzador o sujetador metálico en las perneras de los pantalones, montaba en su bicicleta y se dirigía a la escuela de los niños en otro barrio cercano. Los niños a una escuela y las niñas a otra. Mi maestra era la titular de la escuela unitaria de niñas de un barrio próximo a la capital. Sólo la jubilación la echaría de allí.

Doña Paquita fue rígida en la enseñanza, como los tiempos, apenas se apeaba  un escalón del programa oficial. Una enciclopedia donde estaban todas las materias, bastaba. Nada de música, ni excursiones. Nada extraescolar, bueno sí, el mes de mayo y las flores a María. Volvíamos a cantar.

Antes del recreo, ella se convertía en gobernanta de la cocina y nosotras las alumnas en pinches, cocíamos en grandes ollas la leche en polvo (leche de los americanos) y con nuestros vasos de aluminio nos poníamos en fila para degustar tan rico líquido blanquecino y caliente. Decía que era leche. Mi madre me ponía en una bolsa de tela: vaso, chuchara, un papelito con azúcar y una onza de chocolate “Clavileño” Así adornado sabía mejor. Y cada día después del recreo nos explicaba el cómo y el por qué tomábamos esta leche. Nos decía: “aumentará vuestro desarrollo y el de España. También tardé tiempo en entenderlo.

Mi maestra sabía mucha Geografía, nos hacía recorrer la bola del mundo nombrando todas las capitales y los estados de los cinco continentes; ella señalaba con la palmeta, regla delgada y larga, que afortunadamente solo la usó para esto. Nosotras a coro las cantábamos. Recuerdo bien sus paradas en la Unión Soviética (U.R.S.S) en China y en América del Norte. Nos revelaba sus conjeturas. Jamás las he olvidado. Explicaba: “Algún día volverán a ser países independientes. Acabará el sistema comunista (nos contaba lo malo que era) De China os diré que llegará a ser una gran potencia mundial (No se equivocó) Y en América llegará el día que su presidente será de raza negra”. Tampoco en esto.

Mi maestra era adivina o bruja porque vaticinaba cosas impensables en los años sesenta del siglo pasado. As Meigas, habelas, hainas.

Cuando tocaba clase de costura con bastidor; bordé una bolsa de tela de cuadros para el pan. Algo útil para el ama de casa que podríamos llegar a ser.  Mientras tanto nos leía historias de la famosa revista de Selecciones del Reader´S Digest. Escrita en español muy en boga de la época.

Mi maestra en invierno no pasaba frío. Bajo su mesa tenía un brasero de cisco que atizaba de vez en cuando. Las mayores de la clase lo habían encendido antes en el patio. Parecía ser que el Ministerio del momento había decidido que en esta ciudad del Levante con tanto sol no era necesaria la calefacción. El frío se nos metía en los huesos. Según nos decía Doña Paquita, “la primavera era continua”. Recuerdo estar en clase con abrigo y guantes. Ella mientras calentita.

Aparte de su didáctica tan peculiar y personal, reconozco haber aprendido suficiente para seguir otras enseñanzas y descubrir con el paso del tiempo a distinguir, cómo y qué aprendí en esta etapa oscura, donde primaban las gestas que interesaban, el adoctrinamiento religioso y el encorsetamiento de las ideas rancias que nos enseñaban.

Menos mal que la Geografía me hacía viajar. La lectura, conocer palabras. Y la Historia me mostró los hechos. Después averiguaría yo lo que me interesara en los libros.

No recuerdo materias que me marcaran, podría haber ocurrido. Ni siquiera aquellas de obligación semanal que trataban del Ensalzamiento Nacional y que en el bachillerato se convirtieron en asignatura.

A pesar de los patrones aplicados por Doña Paquita, ahora y con la edad que tengo todo aquello me parece una anécdota. Doña Paquita no. No lo fue. Tampoco mi mejor maestra

Con este relato participo en el Concurso de Relatos de ZENDA #MiMejorMaestro