La llegada de la nueva profesora al Instituto fue como una
cuerda elástica. Nos hacía vibrar en el aula con los ojos abiertos y la escucha
atenta. Su explicación y relato de la
Historia dio un vuelco tan impresionante como rotundo. En los pasillos
cuchicheábamos. Parecía mentira, era todo tan distinto a lo que estábamos
acostumbradas, pero Lupe fue real.
Las demás asignaturas perdieron interés por tan solemnes.
Siempre lo mismo, sin salirse del programa establecido. Sujetas al canon
estipulado en aquellos manuales
arcaicos. Lupe nos daba apuntes que tomábamos con ilusión, todo aquello
que no estaba en los libros, no era poco, era, como agua clara y fresca para
beber.
Con ella lo primero era la etapa actual, desde el final hasta
el principio. Como el mundo al revés, eso nos decía. Conocimos lo que nunca se
llegaba a explicar porque acababa el curso. Aprendimos hechos históricos, no fechas ni batallas. Se nos abrieron nuevas ventanas, incluso
con ellas cerradas. Un centro donde los únicos hombres eran los profesores.
En aquellos tiempos en los que no estaba permitido el tuteo,
Lupe lo aceptaba, fue ella, quien nos sugirió que lo hiciéramos. La hora se nos
hacía corta. Impartía sus clases con vehemente pasión. Nosotras
entusiasmadas.
Tampoco eran tiempos de libertad, por eso susurrábamos sobre
los temas, que nos abrían los ojos a tantas cosas. Fumaba pitillos sin
boquilla. Nosotras embobadas. Cuando se le quedaba una brizna de tabaco entre
los labios y sin dejar de hablar se las quitaba. Nosotras la imitábamos.
Aprendimos tanta Historia como nunca podríamos imaginar. Esto
fue en la década de los setenta. Nosotras alumnas de un instituto femenino en
una capital de provincia con mucho sol y costumbres conservadoras. Solo el
patio tenía luz y alegría, los profesores eran tan grises como sus trajes.
Lupe no volvió el curso siguiente. Nosotras lo lamentamos
mucho. Estoy segura que al claustro le molestaba que a ningún profesor le
hiciéramos corrillo en el aula con nuestras preguntas. Sobre todo al de
Religión, a veces, tenía que esperar en el pasillo un rato a que ella saliera.
Menudo contraste se iba la apertura y entraba la cerrazón. Lo recuerdo parapetado
en la puerta con su sotana. Se miraba el reloj penitente.
Con este relato participo en el Concurso de #MiMejorMaestro en ZENDA
"Se iba la apertura y entraba la cerrazón". Hay personas que no solo tienen conocimientos, sino que saben transmitirlos, a la vez que también valores que rompen tabúes injustos e impuestos. Yo nunca tuve una profesora así, pero me habría encantado, como encantador es tu relato, con ese contraste entre luz y oscuridad.
ResponderEliminarUn abrazo y suerte, Carmen