Buscando
las fotos de aquel verano por los
caminos y valles de los Picos de Europa, no las encontraba. Cómo las iba a
encontrar, si titulé el archivo “fino de hilar”. Seguí el consejo del anciano
para no olvidarlo.
Vamos por sendas de montaña, entre
valles de exuberante naturaleza con
infinidad de contrastes en verdes, amarillos y dulces lilas. Desde que mi
marido se jubiló lo acompaño en sus rutas montañesas. Él, mi cámara y yo. Es
verano. De los corredores de las casas cuelga el maíz y en los alféizares de
las ventanas sorprende el estallido florido de los geranios rojos.
Una noche fresca de rebeca. Entre los
aperos de labranza que decoran el bar de Manolo, nos encontramos con paisanos
que lo fueron del pueblo. Ahora sólo
durante el estío, vuelven. Charlan y beben animadamente, las mesas se van
agrandando según llegan. Nos hacen un hueco y compartimos plática. En la calle
suena una gaita alegre y con el alborozo de los niños se expande la fiesta al
valle.
“Es la hila del veranillo”, nos dijo el
de más edad de la mesa. Nos contó que las largas noches nevadas al fuego de la lumbre, si no hay hila, se pierde la vida sólo en
dormir. Es verano, qué más da. Esto señora no lo podrá fotografiar pero
guárdelo en la memoria, lo mismo el año que viene ya no podré hilar.
Las animosas palabras de Anselmo
quedaron en las fotos del estío. Sabía hilar fino.
"Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar"
Antonio Machado.