Cabopá |
Bajó la escalera rápida y un poco
angustiada. Al llegar al rellano se paró en seco. Inmóvil, su figura recordaba
una foto de estudio pero sin ningún apoyo ni ornamento donde asirse. Tras unos
segundos con la mente en blanco y muchas ideas y pensamientos deshabitados,
reinició la vuelta. Volvió a subir, parándose en cada peldaño. Cada escalón le representaba
un quehacer determinado. Resuelto. Una frase grabada, cómo se haría lo que
quedaba por hacer. Todo hecho. En los siguientes trechos, las imágenes se mostraban
en colores distintos. Unos cálidos y luminosos, otros azules de mar, algunos
verdes campestres. También los había de tonos grises y negros, en estos no se
detuvo demasiado. En color sepia, también. Sintió añoranza. A la mitad del recorrido,
subiendo de nuevo se preguntaba, cómo llenar el cesto de la ropa sin lavar o
cómo elaborar la lista de la compra o cómo hacer y preparar el menú diario. Se
volvió a parar en seco. No sabía si volver a bajar, estaba el rellano, entonces
qué. Extrañeza y vació, silencio, ausencia. Todo eran sentimientos habitados en
aquel momento. Ahora huérfanos de tacto sólo existían en el recuerdo. Decidió
subir hasta el final, abrió la puerta, subió la persiana, quitó la cortina y
cambió los muebles de sitio. Ya no está allí de alguna manera, pero siempre,
estará.