No
escribo nada. Las fechas pasan montadas en nubes dibujadas en un calendario, de
niña bonita como el año. En la fotografía fija están las ganas, las ideas, y,
las palabras. Pero las letras no fluyen. Suben y bajan como si lo hicieran
desde una azotea abstracta, llena de trastos y cachivaches por deshacer o por
hacer. ¿Quién sabe?
Me veo a través del espejo del cristal de un portar retratos con palabras derramadas por sus aristas las veo caer sobre la mesa que al atardecer rojo-anaranjado, azafrán, como
a mí me gusta llamarlo, viendo el mar y si no estoy a su orilla. Me lo imagino.
Un
día como el de mañana 13 de marzo de 2008, abrí esta ventana para ver quien
había por ahí, encontré, ayudada por la estrella de los vientos a gente que se
asomaba y pasaban, se quedaban y decían lo que el viento les soplaba. Entre los
distintos puntos cardinales, entre los mares del Norte y del Sur o en tierras de
adentro, soplaron vientos apacibles que transportaban las noches y los días.
No
quiero que la nostalgia contagie y tiña el atardecer de un día de invierno que
parece primavera. Aquí ya se huele a azahar. Sí quiero amanecer cada día con
las “eses” de palabras como, sol, suerte, sal, salud, saber… Y todas las imaginables.
Hoy,
por ayer hago un esfuerzo y saco de mí: “ Saco de nada, nada” algunas palabras
escritas para celebrar con vosotros que mi ventana lleva abierta ocho
años. Unas veces entreabierta, otras de
par en par. Nunca cerrada.
Cabopá