Carmen M. Marín |
Mientras leía: "Nubosidad variable” de Carmen Martín Gaite, se oscureció la luz en su ventana. Con el vaivén, las nubes, rompían amenazantes sobre los tejados de las casas en la playa. Cogió la cámara y se asomó e hizo algunas fotos. Las nubes eran espectaculares bolas de algodón a lo lejos. "Entre visillos" parecían filtrarse las gotas de lluvia que caían dispersas, sólo calaban en el jardín. Hasta la casa llegaba, ese olor a tierra mojada tan especial en verano. Los nubarrones cargados de tintes sombríos, le hacían recordar otro libro. Buscó el cuaderno azul, donde siempre escribe. Dejó de leer a la espera que pasara la tormenta. El celaje del cielo se preveía breve. Unas gaviotas espantadas planeaban buscando el mar. Pensó que volvería la luz antes del atardecer. A Francisca le gusta escribir. Y así lo hizo, en su cuaderno azul. En él hace reseñas de libros, escribe algún que otro poema y cartas sin destinatario, como esta.
Un placer, leer, vivir otras vidas, tocar la suavidad del
lomo de un libro, oler la letra impresa con aromas tan distintos: intrigas,
desamores, mañanas soleadas o noches sin sueños.
Otro placer escribir con buena letra. Dejar
que la mano y el lápiz se deslicen por el papel que, dejará de estar en blanco
para saborear el gusto de las palabras, de las letras. Unas veces alegres, de
colores delicados o con tintas cálidas, como los días de verano. Otras amargas.
Escribir, afirma y confirma la personalidad,
define los estados de ánimo de quienes ejercen la acción. Leer y escribir, podrían
ser sustantivos con vida propia, convirtiéndose en verbos que hicieran bailar a
las palabras. Y las palabras se unirían al baile, formando un pentagrama
imaginario que tanto al escribirlo como al leerlo, produzca una sonoridad
perfecta, como la música.
El eco de las palabras al escribirlas lo
conoce muy bien el papel. La mano sabe de su sonido silencioso, acompasado por
la mano y la letra, sonando en cadenciosa caligrafía que a su vez forman parte
del sentido de la vida.
Cada uno de nosotros, una vez, aprendimos a
escribir, a escribir bien y seguimos escribiendo así, toda la vida, con la
misma letra. En el orden de nuestra vida está, el orden de la escritura.
Un cuaderno y un lápiz es el mejor juego para
entretener a un niño. El garabato es el primer signo impreso, igual que el
balbuceo, precede al habla. Estos primeros trazos se parecen a los colores y la luz del verano.
Ahora, suenan músicas distintas, son las
grafías del teclado, pero estas, son quizás otras sinfonías, no son mudas,
hablan rápidas en su navegar. Se mezclan en grandes mares de difícil
comprensión, su extensión es incontable y su velocidad traslada la información
de manera impresionante.
Pero, estas serán otras músicas, en las que la
caligrafía no identificará a las personas, sí las comunicará de forma
extraordinaria. He aquí el futuro, la música del teclado.
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Este relato participa en #historiasdelibros de ZENDA
Qué de tiempo sin venir. Qué gusto leerte, murcianica guapa.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
PD. Y suerte con lo de Zenda. Alguien se lo llevará.
¡Muchísimas gracias Miguelánge!
EliminarAgradezco tu visita.
Besicos
Y mucha suerte para ti también.
ResponderEliminarÁnimo. El relato es muy bueno y merece la pena participar. Ya se te reconoce... pues otra vez más.
Un beso
· LMA · & · CR ·
¡Gracias amigo ñOCO por tu ánimo!
EliminarMuchos besicos.