Con gran facilidad para la palabra y un éxito social merecido, cada día hace su trabajo digna y satisfactoriamente.
La gente le saluda por la calle y se paran con él; hablan de cualquier suceso de la pequeña ciudad, donde casi todos son reconocibles, a duras penas mires a tu alrededor. Su carácter afable, alegre y parlanchín, da lugar a que le cuenten cualquier sucedido.
Escucha con atención y no se olvida ni de sus caras, ni de lo que le han relatado. Oye con gran capacidad y almacena todo. Después siempre tendrá una palabra amable y cariñosa para un posible encuentro en cualquier acera desgastada por los píes de los cuenta-cuentos diarios.
Ya no quedan barberías de las de antaño, donde propios y ajenos se contaban los chismes de alrededor. Ahora en las peluquerías de caballero, cuelga del techo un monitor de TV y todos incluso el barbero que ya no lo es, qué es peluquero, comentan el programa. Así que este hombre cuando va hacia aquel local que hoy regenta su hijo, se va parando con unos y otros y llega a la barbería con la vida comentada. Se levanta bien temprano cada día, desayuna en el bar de la esquina; atraviesa el bulevar para comprar la prensa, abre el establecimiento y cuando llega su hijo suben la persiana de la comunicación y quedan a la espera del primer cliente.
Un oficio perdido o en vías de extinción. Desde que las peluquerías son unisex ya nada es lo mismo. En fin, un bonito relato con su intriga. Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti Clares por tus palabras diarias.Noto que sabes leer entre lineas.Muchas gracias por tus visitas asiduas.
ResponderEliminarevocador, como lo que escribes tiene ese aroma a café y a estaciones de tren perdidas... podías escribir un relato para los premios del tren
ResponderEliminarGracias Rafa. Ya lo he hecho alguna vez pero ahí son palabras mayores....Muchos "leuros" Se presentan tropemil...
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