No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde

miércoles, 5 de febrero de 2014

TERAPIA

Una tarde de niebla y de aceras mojadas por las finas gotas que la bruma desprende pasean tres mujeres contándose de todo un poco. Lo que están leyendo, los días repletos de tareas en la cocina después de unas fiestas que no son las que más le gustan; más bien, nada. Y sobre todo hablan y cuentan  sus desahogos personales, esos que nadie entiende, sólo ellas.
Paran frente a una zapatería y cada una de ellas se compra un par de zapatos, unas botas y otros de tacón fino. Nada nunca es casual, o sí. Las tres salieron del establecimiento con una gran bolsa colgada al  brazo. Después siguieron el paseo de la tarde, noche ya.
         -¿No tomamos una infusión?, dijo Ana
         -Mejor un vino para entrar en calor, respondió Lola.
 Elena, asintió a la última propuesta.
Caminando por las calles llenas de gente, afanadas en las rebajas. Ellas también, sin pretenderlo, sus bolsas  las delataban. Las calles por donde pasean son peatonales, la gente no lleva prisa, las plazas están a rebosar de personas que aguardan en las terrazas debajo de esos toldos infames con estufas de butano, enmascaradas, de diseños horribles, llenando el estómago o entreteniendo a los niños. Las rebajas son de las mujeres, está claro, eso parece. Ellos refunfuñan, luego se hacen los sorprendidos por las compras.
Las tres amigas van solas. No han salido de rebajas. Sólo pasear y charlar, aun no siendo ajenas a tales días. Hablan y comentan  sus cosas por las baldosas mojadas de gotas finas, como su amistad de muchos años, de deseos incumplidos, de sueños por soñar, de recuerdos de viajes por placer y de escapadas que todavía sin saber dónde ni cuándo harán.
Decidieron tomar un vino, finalmente en un local nuevo. El mundo de los hombres vuelve a estar en los bares. Los partidos de fútbol los llena. Todas las mesas reservadas. Queda una libre y allí se sientan. Antes, por la orilla de una calle estrecha, se topan con el energúmeno del día. Ellas, tan tranquilas, caminan; él, a su paso, dando un empellón a una de ellas y profiere gritando:
         -A ver si no ocupamos toda la acera-.
 La mujer que lo acompaña, cargada de bolsas, agacha la cabeza y pasa en silencio. Elena lo llama maleducado y él sigue con el mismo descaro a voz en grito. Hay gente que está enfadada con el mundo de forma continua. Comentan y se ríen de la situación, no sin estar indignadas a la vez,- la mujer que lo acompaña debe sufrirlo a diario-. Y eso se sabe sobradamente. No hace falta conocer a estos individuos de cerca.
En la “Cueva de la Ciencia”, donde están tomándose el vino, empiezan a llegar forofos. Ellas  han reído suficiente. La tapa ha sido contundente, y junto con el líquido burdeos la bruma de la noche no ha enturbiado las ideas. Hablan ahora de la próxima salida cuando aparecen en escena tres hombres de una edad similar a la de ellas.  
         -Buenas noches-, saludan.
Cuando Elena se levanta  uno de ellos le dice:
         -Cuánto tiempo-, Elena.
Se levantan los demás y  hablan amigablemente.
         - Ya, nos íbamos-, aluden ellas.
Al salir a la calle comentan la situación: ellos en el bar para ver el deporte del balón pie y ellas, antes y después de unas risas, se han comprado unos zapatos. Una de ellas dice:
         - Amigas… no me cabe duda; cada uno y cada cual siempre encuentra la horma de su zapato.
Ellos en el bar, ellas en sus casas. Cada uno con su tratamiento y no tiene por fuerza que ser facultativo.

A MªCarmen T. y Angeles H.

10 comentarios:

  1. Buen relato, Carmen. Una escena cotidiana en época de rebajas. Salir de compras y regalarte algo me parece una buena terapia, yo la practico de vez en cuando.
    Besos !!!

    ResponderEliminar
  2. Lo cotidiano. Unos a molestar y a dar voces, otros aguantando el chaparrón. Gente maleducada y gente con educación. Unos al bar, otras de rebajas...Y luego estamos los tíos raros a los que no nos gusta el fútbol.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Cabopá, no es por nada, pero con Cayetano y conmigo, ya son dos los hombres a los que no nos gusta el fútbol.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  4. Algo me repatea por dentro, ¿por qué siguen existiendo tnatos clichés?
    Feliz fin de semana Cabopá

    ResponderEliminar
  5. Pues sí, para algunos ir de compras puede ser una terapia o ver fútbol. Pero para todos estar con los amigos es la mejor de las terapias. Bueno texto Carmen. Besos.

    ResponderEliminar

  6. Que bien relatas la vida cotidiana. Perfectamente, ni un solo renglón torcido.
    El reparto de papales no está bien equilibrado. Ya veremos, espero, a los hombre de rebajas y a las mujeres en el fútbol.

    · BB·HH

    · CR · & · LMA ·


    ResponderEliminar
  7. Le das vida a lo cotidiano, a lo simple e intrascendente, pintas un instante de paso por la ciudad.
    Me gustó.
    Un abrazo amiga.

    ResponderEliminar
  8. Quizás no tod@s disfrutan como parece del reparto establecido ¿no?

    Un saludo

    ResponderEliminar
  9. Un buen relato de una escena cotidiana. A mi marido no le gusta el fútbol, pero también tiene sus "historias" que a mi me aburren, debates, seminarios....

    Creo que es lo bueno que tenemos las mujeres de una cierta edad, que sabemos ir a nuestra bola, sin montar un sarao. las parejas jóvenes tienen más conflictos por querer "conciliar" gustos.

    Una tarde de charleta con las amigas, si cae una compra pues estupendo, y un buen vino compartido con risas a nosotros nos ponen las pilas. También no las ponen una buena película o concierto, un libro, leemos más que ellos... Creo que tenemos más puntos de interés en general.

    Un beso, Maricarmen.

    ResponderEliminar