Las pisadas ruidosas y rápidas que se oyen no son de desasosiego; parecen ser aceleradas en la noche que avanza en soledad, de esa gran calle que atraviesa los sentimientos.
Mientras, en la otra calle el ruido mecánico del camión de la basura golpea los contenedores al vaciarlos.
Allí van a parar los restos de las memorias gástricas, de los que habitan las casas con la luz apagada. No es necesario oler las bocas para saber, qué han comido.