Mira detenida y pausada la foto
en blanco y negro, la que siempre está
sobre la mesa. Lleva mucho tiempo observándola. Hoy es como si fuera ayer, han
pasado los años y sigue sola. Ahora es casi intemporal. Nunca olvidaba una
fecha: los cumpleaños de los suyos, cualquier aniversario o cualquier hecho
privado ya fuera del ámbito familiar, ya del trabajo.
Su memoria era tan extensa como
la superficie de un globo terráqueo que haciéndolo girar cuando se para,
siempre reconoce el lugar que alguien señala adivinando el punto marcado con el lápiz por quién lo ha hecho rotar.
Ya no recuerda el día que se la
hizo. Mira y mira la fotografía a la vez que, escucha los sonidos que siempre
la acompañan son: palabras, música, noticias, anuncios. Son el eco de su
silencio que ya no le van a devolver la memoria, que ya no la conectarán con el
mundo actual. En realidad, todo hace pensar que no sabe quién es ni dónde está.
La de veces que había contado la historia de aquella imagen enmarcada, no hacía
tanto tiempo. Aquel día, fue un día especial; siempre contaba dónde era, qué
hacían y con quién estaban.
Manuela tiene: sesenta y seis
años dos hijos y tres nietos. Fue en su juventud una mujer luchadora y solidaria, fue una
adelantada en todas sus decisiones. El día en que conoció a Juan no pensó en
ningún momento que hubiera algo más importante que compartir su vida con él. Esta
quizá fue su decisión menos acertada pero no se arrepintió jamás. Durante toda
su vida casi siempre hizo lo que quiso. Su marido no la abandonó hasta el día
en que murió pero tenía una manera muy particular de quererla. Su forma de ser
fue cambiando en el transcurso de la vida en común. No la dejó físicamente pero
se desentendió de ella y no le importaban demasiado sus sentimientos, menos aún, sus
pensamientos.
Han pasado los años, hoy vuelve
a ser esa fecha en la que el calendario recuerda que es su cumpleaños. Han
venido a verla sus hijos y sus nietos. Unos niños alegres y sanos que se
acercan a ella apoyando los brazos sobre sus piernas paradas que son como
un reloj sin cuerda, él que un día
empieza a retrasarse hasta quedar parado por el olvido de quién, está encargado
de darle cuerda cada noche antes de ir a dormir. Las pesas del antiguo reloj de
pared que cuelgan en un lugar principal del salón, se quedaron quietas tan
quietas como su memoria.
Les pasa la mano por la cabeza
alborotando el ralo pelo rubio. Manuela los mira sin apenas hacer una mueca que
denote alegría o tristeza. Mueve las manos de forma autómata, siempre hace el mismo
movimiento. Mira a sus hijos, después a los niños y solo cambia la mirada
cuando alguien se dirige a ella.
-Mamá qué guapa estás, qué bien te sienta el vestido.
¿Cuántos años cumples?
Manuela
se queda mirando los grandes ojos y la cara amable de su hija, pero no dice
nada. Sólo parece que la mira; sin ver, sin saber quién es. Al menos eso creen
ellos.
-
Bueno
mamá. ¿Necesitas algo? Interviene el hijo,
mientras acaricia su cara.
Después
le da un beso en la mejilla sonrosada
que tiene el color de una fruta madura. Los pequeños están jugando en el jardín,
se oye de lejos los gritos de alboroto, algo inusual en esta casa desde hace mucho tiempo.
Llega Mariana con una tarta y tantas velas
como años cumple la señora. Alumbrando la tarde de verano que cada año se
repite, sacándola por unas horas de la penumbra sin sentido en la que se encuentra
inmersa Manuela. La imagen quedará plasmada en la cámara digital de sus hijos.
Todos le ayudaran a soplar o más bien entre todos –ellos- apagaran las velitas
que parpadean nerviosas e iluminan sus verdes ojos claros. Todos entonan el
cumpleaños feliz. Por su mejilla resbala una lágrima. Parece que su rostro
torna en una sonrisa; es como sí además de los ojos se hubiese iluminado el
gran corazón qué nunca olvida, qué sí conserva la memoria de los sentimientos.
Hace diez años que se quedó sola. Acababan
de jubilarse cuando decidieron vender el piso de la ciudad y comprar una
pequeña casa junto al mar. “Ahora tendré todo el tiempo para leer, pasear,
cocinar, cuidar las plantas…y para
discutir feliz y tranquila con mi marido.” Decía a sus amigos. No pasó mucho
tiempo. Un día, Juan salió a dar el paseo diario y no volvió vivo. Un repentino
ataque al corazón le arrebató la vida. Todas las ilusiones de futuro, todos sus
sueños inacabados se truncaron rápidos. Hace diez años cuando se quedó sola
para siempre.
Ahora, desde la terraza acristalada con
orientación a Poniente pasa las tardes enteras mirando cómo se pone el sol.
Ahora, no recuerda nada, todo quedó en aquella bolsa retalera, en la que durante toda su vida fue metiendo los amargos
dulces que se comió y que muy poca gente de su entorno conocía. Hoy vive con
los recuerdos olvidados, con la mirada asomada por la terraza viendo cómo
amanece cada día y cómo el día se acaba, oyendo el mar en su quietud o en su
bravura, oliendo el color de los geranios, paladeando el fuerte olor de las
mimosas. Es como alguien qué no está.
Cuando se cierra la puerta de hierro
del jardín, Manuela parece que dormita sobre el sillón. Se acaban de ir sus
hijos y la tarde se queda fresca, con brisa, huele a salitre y arena. Es
finales de agosto.
Se acerca Mariana, le deja caer sobre los
hombros un fino echarpe de seda; enchufa la radio sintonizando la emisora que le habla
continuamente. Ella abre los ojos y
sonríe; observa de nuevo la foto. Siempre lo hace. Es la instantánea de aquel
día que vino al mar por primera vez con Juan. Están los dos mirándose y de
fondo el mar y la orilla con la arena bajo sus pies. Allí dejaron la huella de
su amor mientras se ponía el sol lento y
sin prisas
Atenta, remisa y un poco
soñolienta escucha la radio. Toda su vida ha sido su amiga la que nunca le ha
dejado de hablar. Es como alguien que sí está.
Ahora, que su memoria habita en
el desván de los recuerdos olvidados; la radio sigue hablándole. Le habla más
que nunca; sigue con ella, siempre le acompaña. A la vez, que mira, parece que mira.
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ACCESIT en el XIX Concurso Literario de Relato Corto
y Poesía, modalidad Relato Corto. Convocado por el Centro de la Mujer “Emilia
Pardo Bazán de Murcia. Fallado en mayo de 2009
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revoltosas caminan por la arena,
juguetonas con las olas, cercanas a mí.
Pero igual que llegan se van
Esta noche en la terraza
veo la Luna con un antifaz, detrás
las musas juegan al carnaval
las miro pero no me quieren hablar
Mis repentes
A Rosa,mi amiga de toda la vida
Antes no contaba yo estas cosas...
ResponderEliminarUna vez perdido el pudor, ahí van mis "galardones literarios"...ja.
Besicos desde mi terraza cabopalera.
Qué suerte que pierdas el pudor y podamos leer maravillas como esta.
ResponderEliminarBesitos.
Pues me alegro muchísimo de que te hayas lanzado a "contarnos estas cosas", porque tu relato digno de obtener un accesit, es un canto a la soledad y a esa compañera, la radio, que nos cuenta la bella historia de una mujer cuya memoria "habita en el desván de los recuerdos olvidados".
ResponderEliminarA mí me ha encantado y me alegro mucho de que lo hayas compartido con nosotros.
¿Por qué no contar estas perlitas al mundo entero? ¿acaso lo consideras un poco ególatra? ...¡que no mujer!, que de otra forma no podríamos conocer aquellos textos que fueron del agrado de algún jurado.
muchos besitos
Estas "cosas" no se guardan, se comparten con los amigos.
ResponderEliminarGracias,Carmen.
Un abrazo cantábrico.
Precioso relato.
ResponderEliminarMe ha dejado al final un regusto un tanto triste. Quizás porque conozco a más de una Manuela.
Abrazos.
Pues, con trea años de retraso, hemos de felicitarte por el logro, Cabopá. Así que ¡Enhorabuena!. Me alegra que commpartas estas alegrías con nosotros.
ResponderEliminarEste relato, teñido con la oscuridad de la soledad, es muy bueno. No es de extrañar que fuera seleccionado.
Un abrazo,
Un premio bien merecido! Un Beso
ResponderEliminarQué buen relato; me ha hecho recordar mucho a mi padre que ya en sus últimos años le daba por encender la televisión más la radio; decía que así se sentía acompañado (?) En fin, felicdades por el premio!!
ResponderEliminarMuy bueno...amiga besos
ResponderEliminarMe alegra que te hayas decidido a compartir este galardón. Me gusta mucho lo que transmite aún a pesar de la tristeza que lo habita. Has logrado muy bien crear esa sensación y llegar al lector.
ResponderEliminarNo me estraña que lo reconocieran, lo merece.
Besitos
Es un relato estremecedor sobre la soledad de nuestros mayores. Me ha gustado esa mezcla de presente y pasado. Tengo la impresión de que ese narrador no se ha querido mojar, nos ha dejado que decidamos si Manuela se entera o no. Yo creo que sí es conciente, sobre todo durante la fiesta, pero no le da la gana compartir con esos extraños que la han abandonado al asilo. Es como decir, enviudé de familia al entrar por esa puerta. En fin. Tierno relato que nos hará pensar si decidimos aparcar a los abuelos. Destaco, por ejemplo. " Son el eco de su silencio que ya no le van a devolver la memoria". Ah!, y felicidades tardías por el accesit.
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