No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde

domingo, 5 de agosto de 2012

UNA PERLICA

PARECE QUE MIRA
Mira detenida y pausada la foto en blanco y negro,  la que siempre está sobre la mesa. Lleva mucho tiempo observándola. Hoy es como si fuera ayer, han pasado los años y sigue sola. Ahora es casi intemporal. Nunca olvidaba una fecha: los cumpleaños de los suyos, cualquier aniversario o cualquier hecho privado ya fuera del ámbito familiar, ya del trabajo.
Su memoria era tan extensa como la superficie de un globo terráqueo que haciéndolo girar cuando se para, siempre reconoce el lugar que alguien señala adivinando  el punto marcado con el lápiz  por quién lo ha hecho rotar.
Ya no recuerda el día que se la hizo. Mira y mira la fotografía a la vez que, escucha los sonidos que siempre la acompañan son: palabras, música, noticias, anuncios. Son el eco de su silencio que ya no le van a devolver la memoria, que ya no la conectarán con el mundo actual. En realidad, todo hace pensar que no sabe quién es ni dónde está. La de veces que había contado la historia de aquella imagen enmarcada, no hacía tanto tiempo. Aquel día, fue un día especial; siempre contaba dónde era, qué hacían y con quién estaban.
Manuela tiene: sesenta y seis años dos hijos y tres nietos. Fue en su juventud  una mujer luchadora y solidaria, fue una adelantada en todas sus decisiones. El día en que conoció a Juan no pensó en ningún momento que hubiera algo más importante que compartir su vida con él. Esta quizá fue su decisión menos acertada pero no se arrepintió jamás. Durante toda su vida casi siempre hizo lo que quiso. Su marido no la abandonó hasta el día en que murió pero tenía una manera muy particular de quererla. Su forma de ser fue cambiando en el transcurso de la vida en común. No la dejó físicamente pero se desentendió de ella y no le importaban  demasiado sus sentimientos, menos aún, sus pensamientos.
Han pasado los años, hoy vuelve a ser esa fecha en la que el calendario recuerda que es su cumpleaños. Han venido a verla sus hijos y sus nietos. Unos niños alegres y sanos que se acercan a ella apoyando los brazos sobre sus piernas paradas que son como un  reloj sin cuerda, él que un día empieza a retrasarse hasta quedar parado por el olvido de quién, está encargado de darle cuerda cada noche antes de ir a dormir. Las pesas del antiguo reloj de pared que cuelgan en un lugar principal del salón, se quedaron quietas tan quietas como su memoria.
Les pasa la mano por la cabeza alborotando el ralo pelo rubio. Manuela los mira sin apenas hacer una mueca que denote alegría o tristeza. Mueve las manos de forma autómata, siempre hace el mismo movimiento. Mira a sus hijos, después a los niños y solo cambia la mirada cuando alguien se dirige a ella.
-Mamá qué guapa  estás, qué bien te sienta el vestido. ¿Cuántos años cumples?
Manuela se queda mirando los grandes ojos y la cara amable de su hija, pero no dice nada. Sólo parece que la mira; sin ver, sin saber quién es. Al menos eso creen ellos.
-          Bueno mamá. ¿Necesitas algo? Interviene el hijo,  mientras acaricia su cara.  
Después  le da un beso en la mejilla sonrosada que tiene el color de una fruta madura. Los pequeños están jugando en el jardín, se oye de lejos los gritos de alboroto, algo inusual  en esta casa desde hace mucho tiempo.
         Llega Mariana con una tarta y tantas velas como años cumple la señora. Alumbrando la tarde de verano que cada año se repite, sacándola por unas horas de la penumbra sin sentido en la que se encuentra inmersa Manuela. La imagen quedará plasmada en la cámara digital de sus hijos. Todos le ayudaran a soplar o más bien entre todos –ellos- apagaran las velitas que parpadean nerviosas e iluminan sus verdes ojos claros. Todos entonan el cumpleaños feliz. Por su mejilla resbala una lágrima. Parece que su rostro torna en una sonrisa; es como sí además de los ojos se hubiese iluminado el gran corazón qué nunca olvida, qué sí conserva la memoria de los sentimientos.
         Hace diez años que se quedó sola. Acababan de jubilarse cuando decidieron vender el piso de la ciudad y comprar una pequeña casa junto al mar. “Ahora tendré todo el tiempo para leer, pasear, cocinar, cuidar las  plantas…y para discutir feliz y tranquila con mi marido.” Decía a sus amigos. No pasó mucho tiempo. Un día, Juan salió a dar el paseo diario y no volvió vivo. Un repentino ataque al corazón le arrebató la vida. Todas las ilusiones de futuro, todos sus sueños inacabados se truncaron rápidos. Hace diez años cuando se quedó sola para siempre.
         Ahora, desde la terraza acristalada con orientación a Poniente pasa las tardes enteras mirando cómo se pone el sol. Ahora, no recuerda nada, todo quedó en aquella bolsa retalera, en la que  durante toda su vida fue metiendo los amargos dulces que se comió y que muy poca gente de su entorno conocía. Hoy vive con los recuerdos olvidados, con la mirada asomada por la terraza viendo cómo amanece cada día y cómo el día se acaba, oyendo el mar en su quietud o en su bravura, oliendo el color de los geranios, paladeando el fuerte olor de las mimosas. Es como alguien qué no está.
         Cuando se cierra la puerta de hierro del jardín, Manuela parece que dormita sobre el sillón. Se acaban de ir sus hijos y la tarde se queda fresca, con brisa, huele a salitre y arena. Es finales de agosto.
 Se acerca Mariana, le deja caer sobre los hombros un fino echarpe de seda; enchufa la radio  sintonizando la emisora que le habla continuamente. Ella  abre los ojos y sonríe; observa de nuevo la foto. Siempre lo hace. Es la instantánea de aquel día que vino al mar por primera vez con Juan. Están los dos mirándose y de fondo el mar y la orilla con la arena bajo sus pies. Allí dejaron la huella de su amor mientras se ponía  el sol lento y sin prisas
Atenta, remisa y un poco soñolienta escucha la radio. Toda su vida ha sido su amiga la que nunca le ha dejado de hablar. Es como alguien que sí está.
Ahora, que su memoria habita en el desván de los recuerdos olvidados; la radio sigue hablándole. Le habla más que nunca; sigue con ella, siempre le acompaña.  A la vez, que mira, parece que mira. 


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                                                           ACCESIT  en el XIX Concurso Literario de Relato Corto y Poesía, modalidad Relato Corto. Convocado por el Centro de la Mujer “Emilia Pardo Bazán de Murcia. Fallado en mayo de 2009
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Oigo a las musas cantar, por eldía
 revoltosas caminan por la arena,
juguetonas con las olas, cercanas a mí.
Pero igual que llegan se van
Esta noche en la terraza
veo  la Luna con un antifaz, detrás
 las musas  juegan al carnaval
 las miro pero no me quieren hablar
Mis repentes

                        A Rosa,mi amiga de toda la vida

11 comentarios:

  1. Antes no contaba yo estas cosas...
    Una vez perdido el pudor, ahí van mis "galardones literarios"...ja.
    Besicos desde mi terraza cabopalera.

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  2. Qué suerte que pierdas el pudor y podamos leer maravillas como esta.

    Besitos.

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  3. Pues me alegro muchísimo de que te hayas lanzado a "contarnos estas cosas", porque tu relato digno de obtener un accesit, es un canto a la soledad y a esa compañera, la radio, que nos cuenta la bella historia de una mujer cuya memoria "habita en el desván de los recuerdos olvidados".

    A mí me ha encantado y me alegro mucho de que lo hayas compartido con nosotros.
    ¿Por qué no contar estas perlitas al mundo entero? ¿acaso lo consideras un poco ególatra? ...¡que no mujer!, que de otra forma no podríamos conocer aquellos textos que fueron del agrado de algún jurado.

    muchos besitos

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  4. Estas "cosas" no se guardan, se comparten con los amigos.
    Gracias,Carmen.
    Un abrazo cantábrico.

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  5. Precioso relato.
    Me ha dejado al final un regusto un tanto triste. Quizás porque conozco a más de una Manuela.
    Abrazos.

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  6. Pues, con trea años de retraso, hemos de felicitarte por el logro, Cabopá. Así que ¡Enhorabuena!. Me alegra que commpartas estas alegrías con nosotros.

    Este relato, teñido con la oscuridad de la soledad, es muy bueno. No es de extrañar que fuera seleccionado.

    Un abrazo,

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  7. Un premio bien merecido! Un Beso

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  8. Qué buen relato; me ha hecho recordar mucho a mi padre que ya en sus últimos años le daba por encender la televisión más la radio; decía que así se sentía acompañado (?) En fin, felicdades por el premio!!

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  9. Muy bueno...amiga besos

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  10. Me alegra que te hayas decidido a compartir este galardón. Me gusta mucho lo que transmite aún a pesar de la tristeza que lo habita. Has logrado muy bien crear esa sensación y llegar al lector.
    No me estraña que lo reconocieran, lo merece.

    Besitos

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  11. Es un relato estremecedor sobre la soledad de nuestros mayores. Me ha gustado esa mezcla de presente y pasado. Tengo la impresión de que ese narrador no se ha querido mojar, nos ha dejado que decidamos si Manuela se entera o no. Yo creo que sí es conciente, sobre todo durante la fiesta, pero no le da la gana compartir con esos extraños que la han abandonado al asilo. Es como decir, enviudé de familia al entrar por esa puerta. En fin. Tierno relato que nos hará pensar si decidimos aparcar a los abuelos. Destaco, por ejemplo. " Son el eco de su silencio que ya no le van a devolver la memoria". Ah!, y felicidades tardías por el accesit.

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