“He aquí el niño. Es pálido, y
flaco, lleva una camisa de hilo fina y ajada”. Mirando la foto, recordaron los
días, el momento. No recordaban lo que estaba escrito en su reverso. Al volverlo
a leer se sintieron huérfanos. La foto, deslucida por los años les traía a la
memoria las trincheras absurdas de una contienda cruel. Calixto y Basilio sin
hablar sabían muy bien que aquel niño con el que se refugiaron durante unos días de
las malditas bombas, salió indemne como ellos. Lo que no sabían era, qué había
sido de él. Han pasado muchos años. Hoy son turistas en esa ciudad
centroeuropea a pocas horas en avión. Van y vienen por calles que reconocen.
Miran a un lado y a otro. Calixto lleva su cámara y fotografía todo lo que ve.
Basilio con un plano que interpreta como si no le hiciera falta.
Decidieron comer en un pequeño bar de comidas caseras, esas
que no habían vuelto a probar desde que eran pequeños. La dueña atendía la
barra y las mesas. Ágil, con sonrisa abierta, de vez en cuando llamaba la atención
de quien estaba en la cocina con voz enérgica y amable. Y por la ventana de
donde salían los olores y aparecían los platos con cierta magia inesperada. Fue
al final, cuando el local se quedó casi vacío. Fue entonces cuando apareció
quien estaba en la cocina. Basilio y Calixto, se miraron con cierto pasmo, “era
él, era Federico”. Se pusieron de pie, se volvieron a sentar. No sabían qué
hacer. Sacaron la foto e hicieron toda clase de conjeturas, que si los ojos,
que si la forma de la cara. Decididamente era él. Ellos se habían ido, la
religión y la guerra los había separado. Los límites de los países son a veces
el capricho de los que mal interpretan las diferencias. Ellos eran niños y no entendía
de fronteras, sus familias tuvieron que emigrar. Ahora se habían encontrado
porque Calixto y Basilio habían puesto todo su empeño. Federico se quedó con su
madre y una cojera, herencia de aquella sanguinaria guerra. Celebraron el encuentro y se contaron muchas cosas.
Ahora la foto está completa, lo de menos es el tiempo. No
podrán jugar su infancia, la que no tuvieron entonces. Sí, se harán una foto,
en la que brillen sus miradas.
Hubo un tiempo en el que un grupo de amigos nos reuníamos, hablábamos y leíamos lo que habíamos escrito. Aquí lo dejo para quien se asome diga si le apetece algo....
ResponderEliminarUna historia muy humana y sentida, Maricarmen
ResponderEliminarUn abrazo
Me ha gustado mucho tu historia de reencuentros.
ResponderEliminarY sí, Carmen. Hubo un tiempo en que nos encontrábamos y comentábamos qué tal esto y aquello...
Un abrazo fuerte.
Que los amigos conozcan lo que hacemos. Compartirlo es el último peldaño en el proceso creativo.
ResponderEliminarUn saludo.
Los reencuentros creo que siempre son buenos.... Un saludo desde Murcia....
ResponderEliminarEmotivo con la nostalgia del tiempo perdido.
ResponderEliminarUn beso.