No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde

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jueves, 23 de julio de 2009

RECORTANDO LOS HILOS


No sé cuándo, ni cómo. Es como el estribillo de una canción triste: paso la vida escuchándote, tú no me hablas; paso la vida buscándote y no te encuentro. Llorar, reír. Reír, llorar. Es la vida
Es como asomarse a una ventana y mirar el paisaje, o hacer el camino de ida y vuelta por las ideas que emergen de la memoria, de lo ya vivido. Es desear que todo sea lo que tiene que ser.
Hoy he cosido la colcha retalera con puntadas cortas, lentas y duraderas, para quienes la usen, reconozcan la dedicación y el recorrido por ese paisaje interior.
Lola había dejado sobre la mesa: el costurero, los hilos, las telas y su cuaderno de notas. Se levantó del sillón, sintió una sed enorme tenía la garganta seca como un papel de lija.
Antes de ir a la cocina se asomó al balcón.

martes, 14 de julio de 2009

UN VASO DE AGUA


La vida que late dentro de mi armadura es muy distinta a la que vivo. Hay muchas sombras que no salen a la luz. ¡Qué pena que los pensamientos no tengan sonidos propios! Así pensaba Manuel, mientras bebía un vaso de agua fresca. La escena vivida días antes le había producido desasosiego, malestar y un fuerte sentimiento de culpa; sin poder contarlo a nadie, pues nadie sabía nada de él. Una vida con olor a naftalina y traje gris.
Sus sentimientos cambiaron el día que conoció a Lola en el multiprecio del barrio. Un sinfín de sensaciones distintas, tantas como el ruido y energía que producen unas cataratas en su salto de agua. Ruido, mucho ruido, todo se quedó eso.
Sólo un botón de la camisa, unas miradas furtivas en la habitación del balcón con geranios, unas palabras oscuras y entrecortadas como su vida anónima.

lunes, 22 de junio de 2009

EL BALCÓN


Se levantó de la mesa y fue como un rayo a su habitación. No le faltaría tiempo después, para pensar en lo que había sucedido horas antes, cuando a la salida del trabajo se dirigía hacia su casa.
Al volver la esquina de la calle que todos los días cruza; aquel pasillo siniestro y frio se dispuso contra él y sus circunstancias. Siempre de forma tranquila y pausada, camina, ausente con pasos cortos, débiles –la jornada había sido agotadora- ligeros, como nubes que flotan por las aceras de los pensamientos, de quienes las transitan. De repente miró hacia el balcón del que penden geranios rojos, aquellos que reclaman su atención a diario por la contundencia del color de sus flores.
La vio caer sin poder hacer nada por ella. Quedando entre sus pies una serpentina encarnada, de pétalos, mezclándose con la sangre de Lola y el asfalto.