No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde

lunes, 22 de junio de 2009

EL BALCÓN


Se levantó de la mesa y fue como un rayo a su habitación. No le faltaría tiempo después, para pensar en lo que había sucedido horas antes, cuando a la salida del trabajo se dirigía hacia su casa.
Al volver la esquina de la calle que todos los días cruza; aquel pasillo siniestro y frio se dispuso contra él y sus circunstancias. Siempre de forma tranquila y pausada, camina, ausente con pasos cortos, débiles –la jornada había sido agotadora- ligeros, como nubes que flotan por las aceras de los pensamientos, de quienes las transitan. De repente miró hacia el balcón del que penden geranios rojos, aquellos que reclaman su atención a diario por la contundencia del color de sus flores.
La vio caer sin poder hacer nada por ella. Quedando entre sus pies una serpentina encarnada, de pétalos, mezclándose con la sangre de Lola y el asfalto.

3 comentarios:

  1. ¡Qué trágico! Nunca olvidaré un suicidio del que fui testigo, en Barcelona. Una mujer se arrojó a las vías del metro.
    Me ha impresionado.

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  2. Qué triste... Me gustan los balcones para asomarme y para verlos llenos de macetas, para ver un perrico mirando la calle. Yo espero no ver una cosa así como la que vio Rosa. Entiendo que nunca lo olvide, es impresionante.
    Bien montado el cuento.

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  3. Balcones asesinos, ¿accidente o asesinato? Me quedo sin palabras.

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