Una tarde de niebla y de aceras mojadas por las
finas gotas que la bruma desprende pasean tres mujeres contándose de todo un
poco. Lo que están leyendo, los días repletos de tareas en la cocina después de
unas fiestas que no son las que más le gustan; más bien, nada. Y sobre todo
hablan y cuentan sus desahogos
personales, esos que nadie entiende, sólo ellas.
Paran frente a una zapatería y cada una de
ellas se compra un par de zapatos, unas botas y otros de tacón fino. Nada nunca
es casual, o sí. Las tres salieron del establecimiento con una gran bolsa
colgada al brazo. Después siguieron el
paseo de la tarde, noche ya.
-¿No
tomamos una infusión?, dijo Ana
-Mejor un vino para entrar en calor,
respondió Lola.
Elena,
asintió a la última propuesta.
Caminando por las calles llenas de gente,
afanadas en las rebajas. Ellas también, sin pretenderlo, sus bolsas las delataban. Las calles por donde pasean son
peatonales, la gente no lleva prisa, las plazas están a rebosar de personas que
aguardan en las terrazas debajo de esos toldos infames con estufas de butano,
enmascaradas, de diseños horribles, llenando el estómago o entreteniendo a los
niños. Las rebajas son de las mujeres, está claro, eso parece. Ellos
refunfuñan, luego se hacen los sorprendidos por las compras.
Las tres amigas van solas. No han salido de
rebajas. Sólo pasear y charlar, aun no siendo ajenas a tales días. Hablan y
comentan sus cosas por las baldosas
mojadas de gotas finas, como su amistad de muchos años, de deseos incumplidos,
de sueños por soñar, de recuerdos de viajes por placer y de escapadas que todavía
sin saber dónde ni cuándo harán.
Decidieron tomar un vino, finalmente en un
local nuevo. El mundo de los hombres vuelve a estar en los bares. Los partidos
de fútbol los llena. Todas las mesas reservadas. Queda una libre y allí se
sientan. Antes, por la orilla de una calle estrecha, se topan con el energúmeno
del día. Ellas, tan tranquilas, caminan; él, a su paso, dando un empellón a una
de ellas y profiere gritando:
-A
ver si no ocupamos toda la acera-.
La mujer
que lo acompaña, cargada de bolsas, agacha la cabeza y pasa en silencio. Elena
lo llama maleducado y él sigue con el mismo descaro a voz en grito. Hay gente
que está enfadada con el mundo de forma continua. Comentan y se ríen de la
situación, no sin estar indignadas a la vez,- la mujer que lo acompaña debe
sufrirlo a diario-. Y eso se sabe sobradamente. No hace falta conocer a estos
individuos de cerca.
En la “Cueva de la Ciencia”, donde están
tomándose el vino, empiezan a llegar forofos. Ellas han reído suficiente. La tapa ha sido
contundente, y junto con el líquido burdeos la bruma de la noche no ha
enturbiado las ideas. Hablan ahora de la próxima salida cuando aparecen en
escena tres hombres de una edad similar a la de ellas.
-Buenas
noches-, saludan.
Cuando Elena se levanta uno de ellos le dice:
-Cuánto
tiempo-, Elena.
Se levantan los demás y hablan amigablemente.
-
Ya, nos íbamos-, aluden ellas.
Al salir a la calle comentan la situación:
ellos en el bar para ver el deporte del balón pie y ellas, antes y después de
unas risas, se han comprado unos zapatos. Una de ellas dice:
-
Amigas… no me cabe duda; cada uno y cada cual siempre encuentra la horma de su
zapato.
Ellos en el bar, ellas en sus casas. Cada uno
con su tratamiento y no tiene por fuerza que ser facultativo.
A MªCarmen T. y Angeles H.