Abrigado bajo los soportales de la plaza está ese hombre del que desconozco su cara. Sólo por cómo suena la trompeta me lo puedo imaginar. Detrás de la ventana suena la música. Me asomo. Sólo entran las notas melodiosas de una canción muy conocida.
Es un hombre alto de complexión fuerte. Sus brazos se alargan y encogen al ritmo de las notas. Toca sin partitura. Debe tener la cara amable; imagino sus ojos de color oscuro como un día nublado, de pelo ralo castaño y muy fino tal como las gotas de lluvia que mojan las aceras desgastadas por donde no pasa nadie en este día de perros y bajas temperaturas.
Tiene unos pies grandes, embutidos en unas botas de subir montañas, como las que usaba en su país de origen. Sopla y resopla la trompeta hacia el aire de la plaza. El silencio que hay en la calle produce una pantalla que él, con su enorme cuerpo, traslada al interior de mi habitación. El lenguaje de la música vibra con nostalgia de sones lentos, una música de nadie pues nadie pasa. Y no sabe que sólo yo la oigo. Al menos eso es lo que me parece a mí.
De vez en cuando mira la caja de cartón, la que le dieron en la zapatería de enfrente. Descansa, limpia con sus grandes manos la boquilla y ojea alrededor con la mirada. Noto que sigo el vector, y me lleva hasta el escaparate de la tienda de zapatos, y que detrás de la luna de cristal iluminado se ve la figura de la mujer que parece fantasear un encuentro con el trompetista.
Ha cesado la lluvia, la música se apaga, igual que el escaparate de la tienda. Hasta el centro de la plaza llega un apuesto joven con un gran paraguas plegado y una gabardina gris. Se para y espera. Sale la joven y pasa por delante. Le dice algo al oído y sigue hasta los soportales insonoros de cualquier música; deja caer unas monedas en la caja. Una caja vacía que ella le había dado unas horas antes.
El trompetista agacha la mirada, y con aire cansado se va bajo los arcos que lo habían amparado.
Es un hombre alto de complexión fuerte. Sus brazos se alargan y encogen al ritmo de las notas. Toca sin partitura. Debe tener la cara amable; imagino sus ojos de color oscuro como un día nublado, de pelo ralo castaño y muy fino tal como las gotas de lluvia que mojan las aceras desgastadas por donde no pasa nadie en este día de perros y bajas temperaturas.
Tiene unos pies grandes, embutidos en unas botas de subir montañas, como las que usaba en su país de origen. Sopla y resopla la trompeta hacia el aire de la plaza. El silencio que hay en la calle produce una pantalla que él, con su enorme cuerpo, traslada al interior de mi habitación. El lenguaje de la música vibra con nostalgia de sones lentos, una música de nadie pues nadie pasa. Y no sabe que sólo yo la oigo. Al menos eso es lo que me parece a mí.
De vez en cuando mira la caja de cartón, la que le dieron en la zapatería de enfrente. Descansa, limpia con sus grandes manos la boquilla y ojea alrededor con la mirada. Noto que sigo el vector, y me lleva hasta el escaparate de la tienda de zapatos, y que detrás de la luna de cristal iluminado se ve la figura de la mujer que parece fantasear un encuentro con el trompetista.
Ha cesado la lluvia, la música se apaga, igual que el escaparate de la tienda. Hasta el centro de la plaza llega un apuesto joven con un gran paraguas plegado y una gabardina gris. Se para y espera. Sale la joven y pasa por delante. Le dice algo al oído y sigue hasta los soportales insonoros de cualquier música; deja caer unas monedas en la caja. Una caja vacía que ella le había dado unas horas antes.
El trompetista agacha la mirada, y con aire cansado se va bajo los arcos que lo habían amparado.
Nena, esta noche me has sorprendido, no esperaba un relato tan bonito con ese sabor melancólico, triste, sí, pero bonito.
ResponderEliminarBesicos, guapa.
PD: las lecturas que llevo esta noche no son muy alegres y eso que aún no ha llegado el otoño, será por el fin de las vacaciones?
Cabopá, pero qué bonico el relato.
ResponderEliminarHas descrito magistralmente la melancolía. Te felicito, amiga, por esas frases cargadas de buenas imágenes, por esas frases preciosistas que me han calado hondo.
Un placer ha sido leerte hoy.
Gracias y besicos.
Bello relato. Además esos personajes callejeros me gustan, cuando los veo pienso en lo que se encierra detrás de esa figura que toca un instrumento o hace mimo.
ResponderEliminarNo solo sabes de fotografías y de mares sino que sabes fotografiar con la palabra las imágenes y los sentidos urbanos que nos son tan nuestros (sí, en murcianía soy posesivo)
ResponderEliminarMe ha gustado esta "foto" de "mi" Murcia y me alegro haberte encontrado con la máquina fotográfica de escribir aunque sea ahora, ya al final, cuando estoy pensando en desmontar mi kiosko y avandonar mi blog. En cualquier caso ha sido un placer seguirte, murcianica.
Lo de la Mano Negra fue una ocurrencia ante aquella puerta que parecía tenebrosa. Yo solo puse el inicio y el final de un posible cuento y cada cual que rellene el espacio intermedio.
Un abrazo y es posible que algún día te explique lo del chalet ese tan "bonito" de Cabopá que tanto te gusta ;)
La lluvia, la música, las imágenes ocultas o reflejadas, la caja, el artista solitario...todo un escenario melancólico y sugerente que sirve de marco a tu bonita historia.
ResponderEliminarUn saludo.
Pura melancolía, Cabopá.
ResponderEliminarEspero que no sea contagiosa.
Besos.
Veo que se acerca el otoño en tu relato, veo que se acerca el color gris, veo la lluvia, la noche, el cansancio, la música, la soledad...
ResponderEliminarTodo lo has descrito muy bien.
Un abrazo fuerte amiga, desde mi librillo.
Bravo...y besicos.
ResponderEliminarVengo a dejarte mi mar y un beso:
ResponderEliminarhttp://inexpiracion.blogspot.com/search/label/mar