En una mesa al resguardo de los grandes árboles de la alameda están sentados. Son una pareja de edad madura, toman un refresco mientras ven a la gente pasar.
-Mira, esos dos son maestros jubilados. Dice él, seguro de conocerlos.
Ella se toma su tiempo y espera, a la vez que otea quién se aproxima por su lado.
-Ves aquellas tres que hablan paradas junto al semáforo, la más alta, le acaban de diagnosticar un cáncer de páncreas. Observa su cara, ¿Quién lo diría, no? Rebosaba salud hasta hace unos días. La otra la más bajita y rechoncha, se casó de mayor, ahora está sola. La que jalea con las manos y habla sin tregua es la más joven. Se conocen desde hace mucho tiempo. Ahora se han encontrado después de mucho más. Se están contando sus cosas, todas ellas relativas a la salud.
Se quedan en silencio unos minutos. Dan un trago se miran y vuelven a no perder de vista a los que transitan el paseo. La tarde es apacible.
Cuando se levantan de la terraza del bar retoman el paseo que les llevará a su casa.
-Hola, le dice una señora al pasar. Saluda cortésmente y le comenta a su marido:
-No la conozco de nada, se habrá equivocado de persona. No sé qué le pasa a la gente. No ven o son muy despistados.
Pronto se encuentran cerca del portal número trece –el de ellos- a unos vecinos. Se paran y comentan sobre cosas banales, cotidianas. Cuando se despiden, el marido le dice:
-Son unos pesados, te has fijado, sólo han hablado de enfermedades y de política. ¡Anda que no son carcas!
Al intentar abrir la puerta de la casa, la llave se resiste. La mujer saca unas gafas del bolso se las pone y mira el llavero. Se había equivocado.
Antes de abrir pasa de nuevo la señora que le había saludado en el boulevard. Se vuelve y con gesto cariñoso le dice:
-Hasta mañana Flora, nos vemos en la tienda.
Era la carnicera, antes no la había reconocido. Una vez en el ascensor suspira hondo y le dice a su marido:
Querido, mañana mismo voy al oculista. La que no reconoce a la gente soy yo. Necesito unas lentes. Me compraré mañana mismo unas gafas para ver bien, la cerradura, los números del ascensor, a los que me saludan porque llevo una semana subiendo al piso 10º en vez de pulsar el 1º que es donde vivimos.
vejez, divino tesoro. Cuando las barbas de tu vecino veas quemar.....pero no era a mal hacer, ellos son así.
ResponderEliminarbesitos.
Los años no perdonan. Pero es una maravilla llegar los dos juntos y compartir el ocaso de la vida.
ResponderEliminar¡Bonito relato!
Besos.
Dentro de poco me veo parecida (aunque no soy de sentarme a ver a los que pasan, soy un culoinquieto), besitos, linda.
ResponderEliminarBuen relato, al hilo de las cosas de la vida, de las palabras cotidianas, del pasar del tiempo y sus azotes.
ResponderEliminarBesicos.
Es lo que tiene ir cumpliendo años. La vida misma.
ResponderEliminarUn saludo.
Soy un poco miope, despistada y poco fisonomista, pero a mi cualquiera que me salude lo saludo con una sonrisa y si hay que pararse a hablar un rato, pues me paro, lo que no me va es el critiqueo, pero a pesar de que me encanta tambien estar sola e ir a mi bola me gusta la gente.
ResponderEliminarQue la señora se ponga gafas está bien, pero mejor que se vuelvan los dos más simpáticos.
Un beso,