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Tiene más de treinta años,
una línea sencilla y esbelta, forjada en caña de junco maduro de color
amarillento, asiento y respaldo de rejilla, un poco ajada por el uso; pero
todavía se mantiene en píe como el primer día. Mece con suavidad y armonía. Sentada
en ella es fácil entonar una canción, leer un buen libro, escuchar la música
preferida o evadirse en el silencio. Ha sobrevivido a traslados, librándose de
la hoguera en la Noche de San Juan.
Siempre
ha tenido un espacio en la casa jamás se ha quejado ya tuviera de compañeros:
peluches, ropa de plancha, trastos, o como ahora llena de cojines de distintos
colores y tamaños. Y ahí sigue.
Cuando Paula se sienta en ella
rememora en silencio que, allí durante muchas horas, durante muchos días dio de
mamar ocho meses a su primer hijo y algo más de seis a su segundo, que fue una
niña. Tararea una nana y parece que percibe las sensaciones vividas en aquellos
años y que aún guarda agradablemente en el recuerdo.
Dar de mamar es una emoción inolvidable,
extraordinaria, gratificante y desinteresada. De pronto, le viene la imagen de
su bebé abrazado a su cuerpo y enganchado a su pezón con esa carita llena de
placidez y serenidad, de una belleza tal, que sólo aprecia quién ha amamantado.
Aspira
aire, como si oliese a su hijo recién nacido. Siente en sus manos como si
jaleara el pelo de su niño, como si lo acariciara en ese momento.
Dar el pecho es un placer
indescriptible que se debe vivir si eres madre, además de beneficioso para tu
hijo. Esto, se lo había oído Paula a su abuela, a su madre.
Es
entonces cuando se levanta, llama al carpintero y le dice:"quiero restaurar la vieja mecedora".
A María
Se siente mecer la vida y el pasado, ¿cuanto puede contarnos la vieja mecedora?
ResponderEliminarMe he quedado pensando Carmen,la belleza de tu relato me ha calado hondo.
Un abrazo estimada acelga.
Luis
Algunos objetos son tan evocadores, nos traen tantos recuerdos que nunca podremos deshacernos de ellos. Y tu historia tan tierna y llena de imágenes me ha regalado un montón de recuerdos bellos.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Y mientras pasa el tiempo, la silla sigue meciendo sueños, acunando recuerdos, al compás de su movimiento.
ResponderEliminarUn saludo.
Dar de mecer.
ResponderEliminarMe gustó mucho.
Un beso.
Una ternura enorme destila este relato. Chejov pedía que le mostraran un objeto y que él crearía un cuento con él como eje central de inmediato. Sé que una mecedora antigua tiene mucho que decir, pero sigue sin ser fácil. Por cierto, que yo tengo dos como esa, y también tienen gratos recuerdos para mí, aunque aparecieron en mi casa cuando mis hijos eran mayores; sus recuerdos se refieren más a mis nietos.
ResponderEliminarEs un placer leer tus relatos, tienes una sensibilidad extraordinária Carmen,
ResponderEliminaréste es especial, me gustaría escuchar las histórias que ha oído y vivido la
mecedora ( el balancín como decía mi abuela ) que tenemos en casa...al ritmo suave de su balanceo.
Un abrazo.
Es como si a veces los objetos, los animales (hoy es san Antón) se apropiaran del alma de sus dueños. Y parece también que las cosas son más agradecidas que nosotros. Basta con dar de comer a un perro callejero, para que luego éste te libre de una desgracia. Pues otro tanto la mecededora. Una igual heredé yo, y aún teniéndola con el asiento roto y deshilvanado, aún la conservo por si acaso me trajera mala suerte.
ResponderEliminarMe encantan las mecedoras y eso que nunca tuve una. El poder evocador de este texto tiene una ternura especial. Ciertos objetos dejan de ser simplemente un mueble por las vivencias que traen adheridos a ellos, como esta mecedora.
ResponderEliminarVoy a hacerme de una, Cabopá , no lo dudes. Me dieron ganas de tener una ;) ¡Beso grande!
A este paso, no vamos a tener nada con que alimentar la hoguera de San Juan. Ni falta que hace, por otra parte.
ResponderEliminarMuy evocador. Un abrazo.
Me ha encantado tu relato.Yo tengo una mecedora igualita ¡Casualidad!
ResponderEliminarUn abrazo fuerte amiga.
Un hermoso y conmovedor ejercicio descriptivo. Hay objetos que nos llevan a rememorar un instante que fue importante, emotivo. En este caso, seguramente nada mejor que una mecedora.
ResponderEliminarEsas partes de casa que son parte de nosotros mismos, había una frase por ahí que decía "una casa que no tienen un sillón raído y confortable carece de alma", este micro me la ha traido a la mente después de muchos años.
ResponderEliminarBesos a las madres!!
En mi casa nunca ha habido una, así que enb ella no he visto mecerse a mi abuela haciendo calceta, ni al gato que dormitaba sobre sus rodillas, ni siquiera oído su sonido característicos mientras se balanceaba. No, nunca ha habido una.
ResponderEliminarUn besico
A mi recuerdo mi abuela, meciendo la vida y los consejos que me regalaba...
ResponderEliminarA mi recuerdo una sonrisa, mirando con ternura a esa nieta que crecía...
A mi recuerdo has traido un recuerdo que mece mi vida.
Un abrazo bonita.
Yo también tuve una igualita en mis primeros años de casada.Mecí a mis hijos, oí música, leí,y pensé mucho... después se fué,no sé cuando,pero siempre la recuerdo con nostalgia.
ResponderEliminarBesicos
Un pieza tremendamente evocadora, Cabopá. Yo compré una mecedora cuando nació mi primera hija. Por razones de peso, no le dí de mamar, pero si la acuné -a ella y a su hermano- infinidad de veces allí. La mecedora sigue acompañándoles en la casa en la que viven con su madre, y hoy -con dieciocho una y once el otro- se pelean cariñosamente para ver quién de los dos acunará en ella a sus hijos.
ResponderEliminarUn abrazo,
¡Ah, la mecedora! ese remanso casero...Y la imagen maternal, preciosa.
ResponderEliminarUn besico
La mecedora de los abuelos, de los padres y pronto nuestra. Sí, habrá que arreglarla.
ResponderEliminarBesitos
Tierna tu historia, preciosa.... una mecedora espero ya arreglada.
ResponderEliminarUn abrazo