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El barbero se
llamaba Pedro, la barbería, la de “Perico el sordo”. Así era conocida en el
pueblo. Pedro tenía perdido este sentido, algo que no le impedía gozar del buen
sentido del humor y mucha ternura. Así como el saber escuchar lo que quería. Siendo
sordo hacía de su carencia buen papel cuando no le interesaban los chismes. Y,
hacía gala de su buen hacer como cortador de pelo, arreglos de barbas y
bigotes, además de afeitar como nadie en
el lugar.
En la peluquería se compraba, “El Vertical” a
diario, como a diario venía su sobrina Adela a leerlo. Así se inició esta
adolescente en las palabras escritas llevándoselas pegadas en los dedos por la
mala tinta de la impresión de aquellos años de linotipia y rotativa. Luego en
la calle, jugaba con los niños a rayuelas y escondites y les contaba lo que había
leído. Boquiabiertos, la oían con mucha atención. Los mayores del vecindario le
preguntaban quién se había muerto; otros las recomendaciones de la cartelera y
su calificación moral. Había días que Adela tenía que salir corriendo de la barbería
porque su madre daba el grito en la puerta: “¡es la hora de comer, Adela!”
De aquellos
tiempos de lectura del diario local, le quedan a la periodista que es hoy, los
recuerdos del tío Perico y su sordera. Muchas veces cuando escribe un artículo
en la página web del moderno periódico digital que dirige, se acuerda y añora
la mala tinta impresa.
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Este relato participó hace unos meses en Triple C. De los resultados de la convocatoria no se sabe nada...
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