Muchos de los componentes del circo eran alemanes, no tendrían que temer, pero entre ellos había una familia gitana de origen húngaro, "Los Romanof", saltimbanqui y malabares. Los titiriteros rusos e italianos, los domadores de leones: "Los Toscanini". El dueño del circo era un judío alemán llamado Strauss. Siempre le había ido bien como empresario.
La pareja formada por el enano y el payaso elegante conseguían en cada función hacer vibrar las lonas con sus números diarios, produciendo carcajadas y recibiendo grandes aplausos. La vida en el circo era amable y cordial a pesar de los largos trayectos, del frío, de la lluvia y los días de nieve, los más. Las penurias de esta vida nómada y sacrificada se sobrellevaban bien, pues hacían lo que más les gustaba. Lo que se les venía encima no era fácil. Ahora tendrían que estar muy atentos a los acontecimientos. La mayoría de los días debutaban para sí mismos, como si de un ensayo se tratara.
La guerra, siempre cruel e injusta para quien la padece, podría acabar con ellos. No sufrieron daños por el ataque. Lo peor llegaría después.
Una vez invadido el país, el acoso y la persecución fue atroz. El pueblo se quedó mudo, puertas y ventanas cerradas, nadie salía a la calle, nadie hablaba con nadie; el día era como la noche, frío y oscuro. Sentían que los días eran tan largos como las cuerdas del trapecio. Pasaban despacio.
Fue una mañana de 1940. En la calle había aparecido la lluvia, arreciaba sobre la carpa con una fuerza desmesurada. Sentados en las gradas que siempre ocupaba el público fueron tomando asiento todas las familias, y en una improvisada asamblea decidieron disolver la empresa del "mayor espectáculo del mundo" que hasta entonces los había mantenido unidos, más en las miserias que en los exitos. Entre ellas y con ellas, habían comido cada jornada al menos.
La pareja formada por el enano y el payaso elegante conseguían en cada función hacer vibrar las lonas con sus números diarios, produciendo carcajadas y recibiendo grandes aplausos. La vida en el circo era amable y cordial a pesar de los largos trayectos, del frío, de la lluvia y los días de nieve, los más. Las penurias de esta vida nómada y sacrificada se sobrellevaban bien, pues hacían lo que más les gustaba. Lo que se les venía encima no era fácil. Ahora tendrían que estar muy atentos a los acontecimientos. La mayoría de los días debutaban para sí mismos, como si de un ensayo se tratara.
La guerra, siempre cruel e injusta para quien la padece, podría acabar con ellos. No sufrieron daños por el ataque. Lo peor llegaría después.
Una vez invadido el país, el acoso y la persecución fue atroz. El pueblo se quedó mudo, puertas y ventanas cerradas, nadie salía a la calle, nadie hablaba con nadie; el día era como la noche, frío y oscuro. Sentían que los días eran tan largos como las cuerdas del trapecio. Pasaban despacio.
Fue una mañana de 1940. En la calle había aparecido la lluvia, arreciaba sobre la carpa con una fuerza desmesurada. Sentados en las gradas que siempre ocupaba el público fueron tomando asiento todas las familias, y en una improvisada asamblea decidieron disolver la empresa del "mayor espectáculo del mundo" que hasta entonces los había mantenido unidos, más en las miserias que en los exitos. Entre ellas y con ellas, habían comido cada jornada al menos.
Continuará...
Sigo el cuento y a la espera estoy de su final. "Los circos encierran secretos y misterios que entran y salen de las jaulas con majestuosos andares como el de los elefantes..." No sé cómo acabará, pero intuyo, sea cual sea el resultado, su final feliz. En épocas de crisis, de guerra y depresión, no hay nada como ir a un circo y ver salir de la chistera del mago la ilusión y la esperanza que necesitamos para vivir con dignidad.
ResponderEliminarHola gracias por pasar por mi blog y dejar un comentario.
ResponderEliminarMe gustan mucho tus fotos, en especial la de los balcones .
un saludito
Los integrantes del circo tienen todas las papeletas para que los deporten o algo peor. Ninguno es de "raza superior". El único alemán del grupo es judío. Lo llevan claro los pobres.
ResponderEliminarEspero la continuación de tu cuento. ¿Serán felices y comerán perdices? Me temo que...
Un saludo.
Digo lo mismo que Cayetano, las papeletas son...feas, pero, tú puedes hacer milagros.
ResponderEliminar¿como terminará?
El final...
lo tiene escrito...
Cabopá
Que triste imagen la de esas pobres personas guardando todas sus ilusiones en un gran cajón.
ResponderEliminarEsperaremos.
Un gran beso
Lamento haberme perdido algunas entradas, Cabopá, pero imperativos profesionales me lo han impedido.
ResponderEliminarHe leído las dos primeras entregas de tu relato circense y me han parecido extraordinarias, con un desparpajo narrativo muy sobresaliente.
Vamos, que me has "enganchado" y deseoso estoy de poder proseguir con la lectura.
Besos.