Ellos eran alemanes, su físico deforme según los cánones del momento. A la mañana siguiente se reunieron los tres en el destartalado furgón de la caravana y prepararon un plan para no dejar rastro. Tenían que huir de allí. Ya no era un rumor, viejos, enfermos, deformes y judíos no tenían cabida en el nuevo orden alemán. Estaban solos y aislados, alrededor sólo peligro y terror.
Toda la noche la lluvia estuvo presente y ellos debían representar su última función. La decisión estaba tomada: sacrificarían el cerdo, de forma silenciosa y con mucha premura rellenaron los trajes de payaso con paja, los calzaron con unos lujosos zapatos de brillante charol para finalmente prender fuego al carromato. Dentro sentados en sus respectivas sillas, ardieron con el cerdo aquellos muñecos de paja. Como figurantes llevaron a cabo la última sesión "extra" de un arriesgado número de circo que les salvaría la vida. Cuando amaneció sólo quedaba entre el barrizal y los charcos un amasijo de hierro que desprendía un negro humo, olía a carne quemada. No cabría duda entre los soldados: la chusma de los payasos habría perecido en el fuego.
Sólo quedó en el dantesco escenario: un par de zapatos de charol, intactos, de distintos pies y distinto tamaño.
Nunca nadie supo cómo, pero, Clotilde, Germán y el Payaso Elegante llegaron a Suiza, donde pasarían el resto de su vida. Un día de lluvia del verano de 1942 contrajeron matrimonio, vivieron felices y en paz en el país que los acogió. Los recien casados, junto al Payaso Elegante, fundaron una Escuela de Payasos, llamada :"El zapato de Charol".
Muchos años después: un niño, llamado Manuel, con los ojos abiertos de par en par, está sentado sobre la alfombra a los pies de su abuelo.
Había escuchado muy atento aquella historia cuando de sopetón le preguntó:
- Abuelo: ¿Cómo se llamaba el payaso elegante? Germán lo mira y le pasa la mano por la cabeza removiéndole el pelo a la vez que lo acaricia con ternura.
Mientras, en la suya suenan sones de la música de un saxofón.
Toda la noche la lluvia estuvo presente y ellos debían representar su última función. La decisión estaba tomada: sacrificarían el cerdo, de forma silenciosa y con mucha premura rellenaron los trajes de payaso con paja, los calzaron con unos lujosos zapatos de brillante charol para finalmente prender fuego al carromato. Dentro sentados en sus respectivas sillas, ardieron con el cerdo aquellos muñecos de paja. Como figurantes llevaron a cabo la última sesión "extra" de un arriesgado número de circo que les salvaría la vida. Cuando amaneció sólo quedaba entre el barrizal y los charcos un amasijo de hierro que desprendía un negro humo, olía a carne quemada. No cabría duda entre los soldados: la chusma de los payasos habría perecido en el fuego.
Sólo quedó en el dantesco escenario: un par de zapatos de charol, intactos, de distintos pies y distinto tamaño.
Nunca nadie supo cómo, pero, Clotilde, Germán y el Payaso Elegante llegaron a Suiza, donde pasarían el resto de su vida. Un día de lluvia del verano de 1942 contrajeron matrimonio, vivieron felices y en paz en el país que los acogió. Los recien casados, junto al Payaso Elegante, fundaron una Escuela de Payasos, llamada :"El zapato de Charol".
Muchos años después: un niño, llamado Manuel, con los ojos abiertos de par en par, está sentado sobre la alfombra a los pies de su abuelo.
Había escuchado muy atento aquella historia cuando de sopetón le preguntó:
- Abuelo: ¿Cómo se llamaba el payaso elegante? Germán lo mira y le pasa la mano por la cabeza removiéndole el pelo a la vez que lo acaricia con ternura.
Mientras, en la suya suenan sones de la música de un saxofón.