Cristales rotos por el estallido de un viento cálido que llegó por la mañana temprano. Al abrir las puertas y las ventanas nada hacía predecir que entraría con tanta fuerza. Se notó distinto al llamar al timbre; fue el sonido de aquella voz la que le hizo despertar; la furia en las cajas de las persianas procuraban acallar la tormenta. Lo único que consiguió fue el efecto contrario, despertar a los que en la casa dormían o se disponían a levantarse de una noche larga.
Sentir el estruendo lejano de aquella voz ventosa que había conseguido romper el vidrio en un día que amanecía templado, deseoso de buenas vibraciones cuando la casa, a veces, se sostiene con pies de plomo.
No ha sido así, los trozos en forma de llanto han quedado una vez más, esparcidos por las distintas estancias, incluso han salido a la calle desde donde los que pasan miran: a un lado y a otro, sin entender el por qué de los hechos.
Los coches circulaban con la precaución propia por el estruendo. En el aire hueco han quedado las palabras forjadas y sin pronunciar.
Sólo la respiración acelerada y los sentimientos mudos han quedado en la más angustiosa escena por el sonido de tantos trozos de cristales rotos.
Los que caían al suelo en el más hondo vacío, quedan a la espera de un gesto.
Sentir el estruendo lejano de aquella voz ventosa que había conseguido romper el vidrio en un día que amanecía templado, deseoso de buenas vibraciones cuando la casa, a veces, se sostiene con pies de plomo.
No ha sido así, los trozos en forma de llanto han quedado una vez más, esparcidos por las distintas estancias, incluso han salido a la calle desde donde los que pasan miran: a un lado y a otro, sin entender el por qué de los hechos.
Los coches circulaban con la precaución propia por el estruendo. En el aire hueco han quedado las palabras forjadas y sin pronunciar.
Sólo la respiración acelerada y los sentimientos mudos han quedado en la más angustiosa escena por el sonido de tantos trozos de cristales rotos.
Los que caían al suelo en el más hondo vacío, quedan a la espera de un gesto.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCuando el ruido se adueña de nuestra casa, la cabeza se puebla de tormentas, estallan aquí y allá relámpagos amenazantes, los pensamientos se hacen trizas, las sonrisas añicos y los cristales rotos aparecen por todos los rincones del alma.
ResponderEliminarNo hay problema. Después de la tempestad siempre llega la calma.
ResponderEliminarY el cristalero.
Besos.
Jota Ele se ha adelantado, jajajaja
ResponderEliminarIba a poner lo mismo.
Besos en silencio, para compensar.
Pasado el susto solo queda la anecdota para recordar.
ResponderEliminarUn beso Cabopá
Lo peor es recoger los cristales...
ResponderEliminar¡Ay! tu cuaderno azul es un libro cerrado que se está abriendo para contarnos un montón de maravillas...
Un abrazo fuerte desde mi librillo.
Eso te ocurre por no fiarte de las predicciones de tu hombre del tiempo. O por fiarte.
ResponderEliminarUn saludo.
A mí también me asustan las tormentas que me despiertan en la honda quietud de la noche con sus alaracas de truenos y el chirriante rasguear del cielo a través de los incesantes rayos.
ResponderEliminarEn la vida también nos suelen asaltar impetuosas tormentas en la tranquilidad de la vida feliz.
Un besito
Aqui tambien estuvimos con una ventolera tremenda ; se cayeron las sillas , las macetas y los toldos , aunque recorridos , hacían un ruido infernal .
ResponderEliminarY encima , esta mañana nos manda una notita el presidente de la comunidad diciendo que hay que cerran las persianas que hacen ruido, y no lo dejaba dormir
Pero si temblaban hasta los cimientos del edificio !
Hoy todo paso , y es la calma total ...
Besos desde Málaga.