Aurora, abandona su pueblo, su casa y su tierra. No quiere ni siquiera pensar en lo que deja. Lleva una pequeña maleta, la que estuvo durante mucho tiempo en el hueco de ese armario que ahora se le ha quedado grande. Nunca ha necesitado mucho y con poco se conforma. Por eso su equipaje es liviano como ella misma: de cuerpo ágil y andar ligero, trabajadora, de carácter afable, su cualidad más importante, la generosidad; siempre tiene una palabra amable en su boca, alegre y sobre todo muy cariñosa.
Ahora, sentada en el cómodo coche de este tren rápido y veloz, mira por la ventanilla con esos ojos cansados de la vida. Observa cómo se mueve el paisaje quedándose atrás lo que ya no tiene. Recuerda ensimismada algunos retazos de lo vivido. Le afloran pensamientos que desecha; otros que paladea con grato sabor a buenos tiempos. Antes de ahondar demasiado en su pasado reciente oye anunciar por megafonía la llegada a su destino con gran precisión ferroviaria. Piensa en su padre que siempre le hablaba de los horarios de los trenes, algo imprescindible en la vida de un ferroviario.
De pronto se abre un nuevo escenario, luces que amarillean, sonidos que se mezclan sin entender muy bien a quién van dirigidos. Olores distintos se acercan a sus sentidos. Ha llegado.
Abandona la ventanilla por la que miraba, coge la minúscula maleta y se dirige hasta la puerta. En el andén reconoce a dos niños alborotados que jalean con los brazos en alto llamando la atención de quien pone el píe en el estribo. Cuando la ven, gritan desaforados cogidos de la mano de sus padres:
- la abu , la abu, la abuela ha llegado.
La mirada de Aurora en este momento es, brillante y alegre como la de sus nietos. Su estación ya es otra, se asomará por otras ventanas.
Ahora, sentada en el cómodo coche de este tren rápido y veloz, mira por la ventanilla con esos ojos cansados de la vida. Observa cómo se mueve el paisaje quedándose atrás lo que ya no tiene. Recuerda ensimismada algunos retazos de lo vivido. Le afloran pensamientos que desecha; otros que paladea con grato sabor a buenos tiempos. Antes de ahondar demasiado en su pasado reciente oye anunciar por megafonía la llegada a su destino con gran precisión ferroviaria. Piensa en su padre que siempre le hablaba de los horarios de los trenes, algo imprescindible en la vida de un ferroviario.
De pronto se abre un nuevo escenario, luces que amarillean, sonidos que se mezclan sin entender muy bien a quién van dirigidos. Olores distintos se acercan a sus sentidos. Ha llegado.
Abandona la ventanilla por la que miraba, coge la minúscula maleta y se dirige hasta la puerta. En el andén reconoce a dos niños alborotados que jalean con los brazos en alto llamando la atención de quien pone el píe en el estribo. Cuando la ven, gritan desaforados cogidos de la mano de sus padres:
- la abu , la abu, la abuela ha llegado.
La mirada de Aurora en este momento es, brillante y alegre como la de sus nietos. Su estación ya es otra, se asomará por otras ventanas.
Qué hermoso relato, mi niña Maricarmen!!! y ese final me ha sorprendido y encantado.
ResponderEliminarTe he dicho alguna vez que me gusta tu sensibilidad? no? pues eso.
;)
Besicos
La maleta y su simbiología, nuestro cuerpo que llevamos, que nos lleva, el paisaje y su moviola en retroceso, y hasta el nombre mismo de Aurora que con su clarecer en la cara de unos nietos, nos dice que la vida es un viaje que bien merece la pena.
ResponderEliminarBonita historia, entrañable, con un viaje en tren como recurso. Final de un viaje. En efecto, nuevas ventanillas para ver el mundo.
ResponderEliminarUn saludo.
Genial relato.
ResponderEliminarMuy bonito.
Besos y buen fin de semana
Qué buen final, Cabopá.
ResponderEliminarMuy sabio este relato, porque así es, tal cual lo cuentas: cada época de la vida tiene su estación diferente, su ventana distinta donde asomarse a ver la realidad de los otros.
Está claro que somos seres temporales, tiempo en movimiento, y al nombrarlo se esfuma.
Uf.... Si me lío con el tiempo, malo. Es mi talón de Aquiles desde que tengo uso de razón.
Besicos y continúa con relatos. Que sepas que se te dan. Tu capacidad de observación es soberbia.
Las historias que habrá vivido esa estación. Besos de bienvenida, lágrimas bebidas de despedida.
ResponderEliminarSiempre hay una estación en nuestros encuentros y un tren que sobre sus perfectas vías paralelas nos trae o nos aleja al infinito.
Amo al tren. Está unido a mi vida.
Me has hecho tragar saliva. He conocido a alguna que otra Aurora y leyéndote las tenía en la cabeza. Ese es tu mérito, el poder evocador de tu texto habla de su calidad.
ResponderEliminarSiga usted escribiendo señora mía.
Besicos.
P.S. Esa granada de la fotografía también me la comía. El otro día el camarero me preguntó qué tomaría de postre, granada, fue mi respuesta. No perdono.
Un final precioso y entrañable para un relato formidablemente escrito, Cabopá.
ResponderEliminarEsos niños le harán feliz y se sentirá rejuvenecer.
Besos.
Cabopá, tus relatos empiezan a competir en calidad con tus fotografías. Mientras yo decido si os hago caso con lo del blog, tú deberías ir pensando en escribir alguna novela. Te auguro un gran éxito. Besos
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