Flora Flores
Florencia, es una mujer noctambula. Le cuesta irse a la cama cada día y lo hace
a altas horas de la madrugada. Piensa que dormir es un error; le gusta la
noche. Aún sin hacer nada en concreto se acuesta muy tarde. Lo mismo pone una
lavadora que hace un bizcocho de manzana, que lee alguno de los libros que
lleva entre manos. Su marido ya está acostumbrado a llamarla por la mañana,
cuando ni siquiera oye los timbrazos de alguno de los cuatro despertadores que
cada noche sintoniza. El dormitorio parece una sinfonía matutina que despierta
a todos los de la casa menos a ella.
La señora Flores, actúa así desde hace
años que viene padeciendo ataques de migraña. Ha utilizado todos los métodos
conocidos para esta dolencia pero, cuando tienen indicios, a veces, no le
resulta valido ninguno. Suele encerrarse en una habitación a oscuras y en
silencio y con un cóctel de analgésicos que tiene almacenados en su mesilla de
noche. Si la migraña aparece de día, ella controla la situación de esta manera.
Cuando es más difícil es cuando el ataque le sobreviene de madrugada, por eso
estar ocupada o entretenida con cualquier tarea le hace olvidar este
sufrimiento.
Ocurrió a finales de la primavera,
cuando Flora y Andrés hacían planes para las vacaciones. Habían recogido varios
folletos para viajar al sureste asiático y estuvieron toda la tarde mirando y
organizando como sería aquel viaje tan deseado. Son una pareja de ejecutivos,
trabajan en una multinacional, tienen un alto poder adquisitivo, viven solos y
se pueden permitir cada año unas vacaciones de largos vuelos. Verdaderamente no
se lo piensan mucho; lo eligen, lo encargan y lo hacen. Era el último fin de
semana de mayo, durante la tarde del sábado decidieron el destino. El lunes
irían a la agencia a dar la señal. Así llegó la noche. Flora se sentía muy
ilusionada. Se fue a la cama pronto y sin ninguna dificultad se quedó dormida.
A la mañana
siguiente cuando Andrés nada sorprendido, al ver que no se levantaba su mujer
la llamó acariciándola, dándole besos en la nuca. Ella se dio la vuelta lo beso
y le dijo: “guelosdias”. Al articular las primeras palabras notó que algo no
iba bien. Andrés, aturdido, sin entenderla bien, no daba crédito a lo que
pasaba…
- Cariño, hablas
con acento chino. ¡Ya te vale! Pensó que bromeaba.
- Andles, Andles
que yo no sé qué me pasa… Dijo Flora
Durante todo el domingo la mujer cada
vez que hablaba sonaba a chino, sin saber por qué. Se miraban atónitos. Apenas
si se dirigían la palabra del susto que tenían. Al día siguiente irían al
medico
No era la primera
vez que visitaban al neurólogo. En la sala de espera se miraban y el marido le
hacía bromas: “este verano nos entenderemos allí donde vamos de vacaciones”.
Ella lo miraba con cara de susto; él le devolvía la mirada con ternura. Cuando
salieron de la consulta, ya menos preocupados se dirigieron a la oficina de
viajes y le dijeron a la señorita con la que debían contratar el viaje:
-Buenos días
queremos ir de vacaciones a Teruel.
Al llegar a casa Flora y Andrés
buscaron en Internet sobre lo que les había explicado el neurólogo. La joven
pareja de ejecutivos supieron que ella había sufrido el “Síndrome del Acento
Extranjero”. Así que dejaron el viaje a China aplazado sine
die.
La experiencia de haber hablado en chino, antes de conocer el idioma, por ahora
les bastaba.