Tiene veintiocho años una línea sencilla y esbelta, forjada en caña de junco maduro de color amarillento, asiento y respaldo de rejilla, un poco ajada por el uso; pero todavía se mantiene en píe como el primer día. Mece con suavidad y armonía. Sentada en ella es fácil entonar una canción, leer un buen libro, escuchar la música preferida o evadirte en el silencio. Ha sobrevivido a traslados librándose de la hoguera en la Noche de San Juan.
Siempre ha tenido un espacio en la casa, jamás se ha quejado; ya tuviera de compañeros: peluches, ropa de plancha, trastos, o como ahora llena de cojines de distintos colores y tamaños. Y ahí sigue.
Cuando Paula se sienta en ella rememora en silencio que allí durante muchas horas, durante muchos días, dio de mamar ocho meses a su primer hijo y algo más de seis a su segundo, que fue una niña. Tararea una nana y parece que percibe por sus sentidos las sensaciones vividas en aquellos años y que aún guarda agradablemente en su recuerdo.
Dar de mamar es una emoción inolvidable, extraordinaria, gratificante y desinteresada. De pronto, le viene la imagen de su bebé abrazado a su cuerpo y enganchado a su pezón con esa carita llena de placidez y serenidad de una belleza tal, que sólo aprecia quién ha amamantado.
Aspira aire, como si oliese a su hijo recién nacido. Siente en sus manos como si jaleara el pelo de su niño, como si lo acariciara en ese momento.
“Dar el pecho es un placer indescriptible que se debe vivir si eres madre, además de beneficioso para tu hijo”.... esto lo había oído Paula a su abuela, a su madre.
Es entonces cuando se levanta, llama al carpintero y le dice: " quiero restaurar la vieja mecedora".
Precioso, conmovedor. Esas viejas mecedoras son parte de mi recuerdo más entrañable.
ResponderEliminarme gusta mucho el final
ResponderEliminarvas a ser abuela?
No qué yo sepa...Rafa.
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