Estuvo muy entretenida deshaciendo la maleta, vaciando bolsas, colocando zapatos, ordenando camisetas, colgando pantalones, guardando vestidos. Acalorada, la piel se resiente por la falta de brisa marina, le duelen los pies de pisar el asfalto. Las aceras desgastadas huelen a humo, hablan otro idioma, pertenecen al atlas de su vida.
Sobre un velador de viejo mármol blanco, están las cuartillas amarillentas llenas de letras incompletas, vacías de frases hechas. Caminos de tinta con palabras escritas en cualquier otro momento. Reconoce lo que lee, moviendo con parsimonia las hojas, pasándoselas de una mano a otra, sus ojos van y vienen como el péndulo de un reloj. Los papeles han inundado toda la superficie de la mesa. En un alarde de decepción, amontona arrugando el papel que cruje con sonido lastimoso. Se levanta hacia una papelera cercana que hace las veces de un paragüero junto a la puerta del local, pero antes de dejar caer los magullados escritos, se abre la puerta y entra Irene, como un niño se lleva las manos detrás. Nervioso, aturdido la saluda. Ella le da un beso. Y a continuación le dice:
-Ramón, aquí te traigo las cartas. Las tuyas, las que un día recibí.
Irene, se había pasado toda la tarde de aquel sábado, organizando y ordenando los múltiples cajones del escritorio. En él encontró la vieja caja de zapatos repleta de cartas manuscritas abiertas, en su tiempo, con voraz gesto. Los sobres todavía guardaban indemnes el matasellos y el sello, como la dirección y el remite.
Ahora vuelve con las manos vacías y el corazón resquebrajado. Los ojos le brillan acuosos sin derramar una lágrima. Ahora su mirada es glacial, sus pasos se abandonan vagando por esas aceras que le parecen enormes, lo único que no ha cambiado es el idioma de los sentimientos.
El mapa es completamente reconocible, no necesita abrir otro plano para saber en qué lugar se encuentra. Durante el trayecto va entrando en la monotonía, igual que va cayendo la tarde, mientras se dirige a su casa.
Al llegar, antes de poner la llave en la cerradura. Respira todo el aire del portal y resopla todo el frio de su mirada. Con un pie dentro y otro fuera, entona las mismas palabras cálidas, las de siempre:
-Cariño, ya es de noche. Ya, estoy aquí.
En la más absoluta atmosfera de oscuridad en un rincón del salón, está Eugenio y junto a él su perro guía.
Cabopá ya he esperado desde mi ventana para curiosear en tus letras, me puede la curiosidad, y esas hojas amarillas me han dejado con ganas de más.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Muy tierna la historia, con más de un corazón hecho trizas y con ese final inesperado.
ResponderEliminarUn saludo.
"lo único que no ha cambiado es el idioma de los sentimientos."
ResponderEliminarQue manera tan preciosa de describir el paso del tiempo y la modificación de los sentimientos.
Un abrazo
Cabopá, la vida cuando la repasamos nos deja el recuerdo de los sentimientos. Por eso cuando lo hacemos aún estamos vivos.
ResponderEliminarMuy buenas imágenes en el relato, me gustaron.
Un abrazo.
Han pasado unos días sin poder acercarme a tí y que bonita sorpresa. Amor oculto, encuentros, frialdad fingida. ¡Cómo mienten a veces los ojos!
ResponderEliminarTus historias me dejan abierto un sinfín de posibilidades futuras. Es la ventaja de ser lectora. ¿Recuerdas? Lola
Me encantan ese tipo de historias.
ResponderEliminarGracias.
Muchos besos
Arantza G.
Vijas cartas ,viejos sentimientos con fecha de caducidad.....
ResponderEliminarMuy bonito tu relato,encantado de volver a pasar por tu casa.
Un abrazo.
Carmen:
ResponderEliminar¡Cada día escribes mejor, estás inspiradísima, no sabes cúanto me alegro, espero que sigas así durante muchos años.
Ya leí tu correo, eres estupenda.
¡Muchas gracias!
Un abrazo fuerte amiga, desde mi Librillo
Creo que en este rincón he estado más de una vez y recuerdo haber pensado en que aquí me siento como en casa, esa luz, ese mar, esa Luna... Además las acompañas con bellas palabras...
ResponderEliminarGracias Cabopá, un saludo desde la vecina Alicante.
Hola Cabopá, te devuelvo la visita y de paso me quedo a navegar entre tus sentimientos, tus letras y tu manera de escribir.
ResponderEliminarMe gusta la historia en forma y contenido, leerte ha sido un verdadero placer.
Saludos desde un jardín de bolsillo.
· Estupendo. Escribes en líneas perfectamente horizontales. Ninguna se va por Gibraltar... lo que da lugar a un relato precioso.
Pobre Ramón.
· besicos salados
CR & LMA
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¡Cómo se te da el microrrelato...! Todos los que escribo yo derivan en chiste jajaja, nada, que en corto viro al humor...
ResponderEliminarMi admiración, doña Cabopá,
Y un besico también
Un estupendo relato. Te superas cada vez, porque es verdad que cuando más se escribe mejor se escribe, o lo que es lo mismo "a escribir se aprende escribiendo".
ResponderEliminar(Sigo en Sevilla de lunes a viernes; en El Bosque los fines de semana.)
No sé qué decirte los finales realistas siempre me ponen algo triste. Hemos leído tantas novelas y visto tantas películas de "happy end" que en algún momento llegamos a pensar que la vida tendría que ser igual...pero que lejos de la verdad. Poenmos todos nuestros recursos para alejarnos del sufrimiento y sin embargo, éste aparece en cuanto menos lo pensamos. Franziska
ResponderEliminar"Respira todo el aire del portal y resopla todo el frio de su mirada"
ResponderEliminarSólo esta frase ya merece toda mi admiración. Inmensa, genial.
Un beso grandote.