No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde

lunes, 10 de mayo de 2010

LA CAJA

ACAJAACAJAACAJA
Según me voy acercando a la puerta del mortuorio, oigo voces acaloradas de un grupo de personas, que increpan a los hombres de los servicios funerarios “El buen descanso”. Así figura en las puertas del coche que había traído el féretro, se disponían a descargarlo para introducirlo en el local. Y después del papeleo de rigor, meter en el cadáver.
Son tres mujeres y un hombre que parecen cansados y afectados en cierta manera por la pérdida, pero no son dolientes de primer grado; no están tan dolidos como en otras ocasiones se ve. Y tú, si te ves inmerso en una situación, como esta, pasas y no miras, ni siquiera prestas atención. Bajando la cabeza, intentas como poco, hacerte cargo de la escena pero sigues en la dirección que te lleva el cometido que tienes que hacer.
Las mujeres discuten ávida y acaloradamente, no insultan, la ocasión no es para llegar hasta esos extremos, pero están enfadadas muy enfadadas. El hombre da vueltas alrededor del ataúd lo mira y remira, lo toca y pasa la mano, así como si quisiera arreglar el desperfecto; busca alguna otra muesca por la que pudieran argumentar que dicha pieza estaba defectuosa. Se acerca de nuevo a los empleados y abunda en el tema que los tiene allí deliberando. Apoya rotundamente a las mujeres. No lo hace con tanta vehemencia como ellas pero alega en el mismo sentido. El chófer se retira y hace una llamada con un móvil de última generación, lo observan y deciden dar una tregua en su disputa. Mientras el otro, intenta hacerles ver que la rozadura no tiene tanta importancia. Ellas muy dignas, lo mandan callar hasta que vuelva el conductor, esperan una explicación razonable para que acepten la dichosa y rozada caja de madera noble, forrada en satén blanco, acolchada y ribeteada con tafetán de cinco centímetros de ancho. Tal como la había elegido Florencia, la tía abuela paterna de éste grupo que sostiene la trifulca en la puerta del hospital, donde acababa de fallecer a los noventa y ocho años de edad.
Durante sus muchos años, ésta mujer, había pasado en la vida, por escenarios de muy distinta categoría y con decorados muy diferentes; en el último le había tocado vivir con los sobrinos. Fue una mujer distinguida, alegre, vital, sensible y como ella solía decir: de su tiempo. Esto lo llevaba muy a gala, haciéndoles llegar a sus parientes lo que quería, cuando dejara ésta vida. Lo tenía todo dispuesto y organizado. Estuvo pagando un Seguro de Defunción mientras vivió. Por lo tanto, todo estaba adecuadamente preparado, panteón familiar incluido.
La tétrica escena tenía certificado de defunción, lo que no tenían los actores del hecho, era el sarcófago para representar la obra encomendada, o al menos ellos así lo entendían. Por lo que, cuando el chofer dejó de hablar se acercó a ellos e intentó dar explicaciones sobre el tema, que ya olía un tanto manido. Los familiares, casi al unísono se dirigieron a él y de forma terminante, clara y muy precisa, le advirtieron:
- Cambiaran ustedes la caja y traerán una nueva. Dijo una de las mujeres.
- Eso, eso. Apostillaron las otras dos. Después el sobrino muy decido:
- Nuestra tía Florencia, ha pagado durante muchos años el Seguro de Defunción. Así que queremos que el ataúd no tenga ni un rasguño.
Los empleados de la funeraria introdujeron el féretro vacío en el furgón y dando media vuelta al lujoso coche fúnebre se fueron a por otro.
Yo solo pasaba por allí y doy testimonio de haber oído a los operarios de los Servicios Fúnebres, decir: “Vamos Manolo, que tienen razón.”

ACAJAACAJAACAJ

12 comentarios:

  1. Que ganas de discutir por ¨na ¨.
    La gente salta por cualquier motivo ;no hay mas que ver la Tv, todo a base de gritos y chillidos...

    Besos desde Málaga.

    ResponderEliminar
  2. Si fueran familiares directos de verdad no creo que les quedara ganas de discutir por un triste arañazo....

    Besos

    ResponderEliminar
  3. jaja, es buenísimo. No sabía si mientras lo iba leyendo, si reirme u ofenderme y tomar partido o si quedarme mirando y pasar de largo y luego volver y pedir una caja nueva también y pedir respeto a los deseos de Florencia para estar más a gusto en el más allá. De lo que estoy seguro es de que a Florencia ya le daba igual y como una mentira piadosa, en próximo funeral, mientras rezan, le podía contar que todo salió perfecto y que puede descansar en paz.

    Besos

    ResponderEliminar
  4. Pues aunque no tenga ninguna relevancia ya para Dª.Florencia el arañazo de su caja mortuoria, mira,Mari Carmen, yo opino como los familiares.
    Despues de estar toda la vida pagando un entierro,(y sin olvidar que una persona que vive 98 años no paga uno sino tres por lo menos), lo menos que se puede exigir es que todo lo que has pagado esté en perfecto estado.
    ¿Porqué tendrían que conformarse con algo defectuoso, cuando lo has pagado sin tara?
    Maxime tratandose de una persona que se ha preocupado de dejarlo todo dispuesto para cuando llegase el dia final.
    Me parece una muestra de respeto por parte de sus familiares, incluso de los empleados de la funeraria que reconocen el hecho.

    Hoy me has sorprendido con esta historia, y tengo que felicitarte porque la has relatado de un modo magistral.

    Un besito

    ResponderEliminar
  5. Una situación que lo mismo puede provocar risa que indignación. ¿Qué pensará la difunta doña Florencia de la trifulca que mantienen sus allegados por el rasguño de la caja?
    Saludos.

    ResponderEliminar
  6. Como bien sabemos, la realidad supera la ficción. Y eso, aunque te lo hayas inventado. Muy bueno.

    Gracias por leerte la novelita, Cabopá. En serio. ¡Y ya si la has compredo...! Gracias, gracias, gracias.

    ResponderEliminar
  7. ¡Claro que tenían razón!

    La tía Florencia había pagado seligiosamente su seguro de defunción y gozaba de todos sus derechos.

    Además, tampoco es cosa de irse al otro mundo con un ataúd defectuoso.

    ¡Menuda era la tía Florencia!

    R.I.P.

    Besos.

    ResponderEliminar
  8. Ni que fuera a salir a subasta..
    Por Dios! si a donde va no la va a ver nadie.
    Besos

    ResponderEliminar
  9. Maricarmen, una situación tan seria y dolorosa como la muerte da a veces lugar a situaciones absurdas e incluso cómicas. Supongo que la risa relaja la tensión y nos recuerda que seguimos vivos. De todos los epitafios que he leído (Luis Carandell recopiló un montón, geniales) siempre recuerdo el que dice: "Como te veo me vi, como me ves te verás". Es de lo más realista.
    Cuando murió mi amiga Pilar me contaron luego que una tía suya, muy mayor, no paró hasta que abrieron el ataúd porque quería verla antes de la incineración. Qué macabro, por Dios... Entonces recordé una película británica muy divertida: "Un funeral de muerte". Si no la has visto, te la recomiendo.
    Estupendo relato, en todo caso. Te felicito. Un beso.

    ResponderEliminar
  10. He tocado madera mientras leía... Pero serán besugos esos "dolientes"...

    ResponderEliminar
  11. Jamía y tú que hacías en las puertas del mortuorio?? Espero que nada grave para tí.
    Pues yo no hubiera protestado, fíjate. Si es que me conformo con tó.
    Buen relato. Un beso.

    ResponderEliminar
  12. Eso le pasa por hacerse un seguro que se cobra cuando ya "se ha ido con la mayoría".
    El nombrecico de la funeraria se las trae. Eres una artísta.
    Las fotos marrones del campo cartagenero muy logradas. Lo dicho, una artista.
    Besicos.
    P.D. ¿Qué tal el centro de cansancio?

    ResponderEliminar