Uno, es blanco de tez y rubio de pelo; otro, negro como el azabache de ensortijado cabello con ojos muy grandes, tiene la mirada de sorpresa. En el extremo opuesto de la mesa, está sentado, el de pelo ralo y liso con ojos rasgados que sonríe y ríe por todo, a la vez que come de forma pausada. En un lateral hay tres: el más alto tiene los ojos azules como el mar en verano y la piel tan blanca que acentúa el rojo fresa de sus labios, como si se los hubiera pintado con carmín. En medio está la única chica, con un gran flequillo que oculta su frente y unas trenzas negras que se le vienen para delante, con movimientos rápidos las echa hacia atrás. Se llama Emma y es ecuatoriana.
Por último, el que celebra el cumpleaños está feliz, sus rasgos son tan comunes como los de su hermana, la más pequeña, que en una silleta los acompaña. El pediatra le dijo a su madre cuando los vio juntos la primera vez en la consulta: “Si se habían quedado con el calco”.
En esta mesa de mantel de papel y cubiertos de plástico, no hay etiquetas que marquen a nadie. Lo mismo están sentados, de pie o correteando por dentro y fuera del local. Son todos de la misma edad mes arriba, mes abajo. Cada niño de los que forman el grupo tiene una lengua diferente, un país de origen, lejano. Es una escena atípica pero, cada día más frecuente, común y cotidiana a pesar que algunos se empeñen en que no sea así.
Los niños comen y juegan en armonía, disfrutando de la fiesta. Se ríen y gesticulan a la vez que hablan, con caras alegres y risueñas, sin percibir lo que hacen los demás.
Se lo están pasando bien se divierten con verdaderas ganas. Nada más verlos se puede apreciar. Una mueca de ternura asoma desde la esquina de la reja de quién se asoma y los ve.
Por último, el que celebra el cumpleaños está feliz, sus rasgos son tan comunes como los de su hermana, la más pequeña, que en una silleta los acompaña. El pediatra le dijo a su madre cuando los vio juntos la primera vez en la consulta: “Si se habían quedado con el calco”.
En esta mesa de mantel de papel y cubiertos de plástico, no hay etiquetas que marquen a nadie. Lo mismo están sentados, de pie o correteando por dentro y fuera del local. Son todos de la misma edad mes arriba, mes abajo. Cada niño de los que forman el grupo tiene una lengua diferente, un país de origen, lejano. Es una escena atípica pero, cada día más frecuente, común y cotidiana a pesar que algunos se empeñen en que no sea así.
Los niños comen y juegan en armonía, disfrutando de la fiesta. Se ríen y gesticulan a la vez que hablan, con caras alegres y risueñas, sin percibir lo que hacen los demás.
Se lo están pasando bien se divierten con verdaderas ganas. Nada más verlos se puede apreciar. Una mueca de ternura asoma desde la esquina de la reja de quién se asoma y los ve.
Continuará
Una mueca de ternura me produce a mí tu relato. Los niños nos dan lecciones de vida.
ResponderEliminarBesitos
Los niños tienen un lenguaje común, el de las risas y los juegos, el de la infancia. Todavía quedan lejos los prejuicios raciales que ya se encargarán de irlos separando poco a poco, cuando el adulto que todos llevamos dentro se vaya apoderando de cada uno.
ResponderEliminar¡Ay Mari Carmen! Qué letricas más bonicas nos regalas, el lenguaje gestual se entiende perfectamente y entre los niños mucho más.
ResponderEliminarTengo que aprender inglés porque antiguamente se exigia el francés y no sé una palabra del idioma que abunda ahora...
Un abrazo fuerte amiga, desde mi librillo.
Qué tierno es este relato. De niños no hay clases sociales, ni razas, ni zarandajas de ninguna clase. La clave es seguir siendo un poco niño por dentro.
ResponderEliminarQué bonito, Mari Carmen... Los niños siempre nos dan lecciones sin quererlo. Cuando aún son apenas unos bebés se entienden perfectamente sin hablar, juegan sin problemas en el parque, por ejemplo, no tienen dobles intenciones ni prejuicios. Somos los adultos quienes les enseñamos a segregarse y a rechazar a los demás. Qué pena...
ResponderEliminarDisfruta de la primavera murciana. Un beso.
Una escena que saca la ternura escondida.
ResponderEliminarEl lenguaje de la vida aún sin gastar.
Muchos besos
Vaya relato mas bonito Mari Carmen.
ResponderEliminarEs emotvo y tierno, precioso
Bonita entrada, Cabopá.
ResponderEliminarY queda claro-como decía Rilke- que la única patria que tiene el hombre es la infancia.
¡Fenomenal! Maricarmen,
ResponderEliminarque continuación magistral y tampoco hay etiquetas en lo que escribes, en la descripción, en la torre de babel, en el nuevo paisaje étnico, en el mundo de los niños.
Me gusta mucho!
Besos