Cuando se sentaba el abuelo en su sillón de mimbre,en aquellos veranos ya lejanos, en la casa de la playa, el nieto zalamero se acercaba siempre buscando juego. El abuelo le decía:
-¿Tiene mi “rey” un besico para mí?
Dando un respingo se retiraba el pequeño escondiéndose en el rincón de detrás de las largas cortinas, en la casa grande de la playa, con grandes puertas y ventanas. Al momento volvía; el abuelo tenía la cara preparada. De sopetón le soltaba los besos que traía fabricados. La fábrica de besos era el hueco entre las cortinas. Arrancando la sonrisa de todos los que estaban alrededor.
Después aparecía la “princesa” que con menos edad no entendía el mundo de la empresa manufacturera de besos. Emulando al “rey” ella, regalaba besos; primero a la abuela que sentada en una silla de lona,en la casa de la playa, hacía tapetes de ganchillo. Luego se comía a besos al abuelo colgándose de su cuello para quedarse sentada en sus piernas.
Estas escenas que ocurrían en los viejos sillones de mimbre, eran animadas alegres y muy divertidas. El abuelo, cuando salía de su habitación después de la siesta siempre se sentaba allí y llamaba la atención de los nietos para que se acercaran hasta él.
La casa de la playa, grande, con paredes grandes, techos altos y ventanas, y puertas enormes sigue ahí. Los sillones ahora más viejos, también. El abuelo hace tiempo que ya no está. El “rey” y la “princesa” han crecido. Ya son grandes como la casa de la playa. Los sillones son ahora sus asientos preferidos porque saben a besos, a descanso, a caricias, a tardes de calor, a helado "blanco y negro" a noches de patio y olor a jazmines.Los sillones huelen a cariño.