Clara es una mujer sencilla, sin pretensiones ni ambiciones lejanas. Vive en una ciudad donde el sol nunca falta a su cita diaria, sólo en los escasos días de lluvia que trae el suave invierno.
Esta mañana de primavera le han soplado el título de un libro que le ha parecido interesante. A pesar de tener las estanterías de su biblioteca llenas desde hace ya algún tiempo y sabiendo que materialmente no tiene espacio para más libros, no se resiste a seguir comprando. Piensa siempre “para mis hijos” Por la tarde se ha dirigido a la librería de costumbre para hacerse con él.
El dependiente la conoce.
-Hola. Buenas tardes.
Le dice el título y la editorial. Del nombre del autor sólo sabe un apellido.
Andrés teclea en el ordenador el nombre de la novela y dice fulanito… Clara le dice: sí, ése es.
-No lo tenemos. ¿Te lo pido?
-Sí…Hola qué tal. Saluda a la otra dependienta que sin conocerla mucho, sólo, de ir por allí de vez en cuando, es muy amable y atenta con ella.
Cuando Clara se dispone a darle el número de teléfono para que le avisen al recibir el ejemplar, el dependiente un tanto sorprendido, le dice aseverando:
-Yo sé quién te ha recomendado este libro.
-Sí. ¿Quién? dice un tanto extrañada.
Ha sido perenganito…El otro día vino por aquí y me dijo: quiero este libro y ya puedes pedir unos cuantos ejemplares, que lo voy a recomendar a un grupo de amigos. Y mira tú por dónde, ahora llegas y me lo pides. ¿Tú lo conoces?
-No. Contesta, Clara aún más extrañada si cabe.
Cuando Andrés empieza a tomar nota del teléfono, se para y le dice:
-No. Espera, ayer pedí unos cuantos volúmenes. Mañana me llamas que te reservo uno. Los encargué a mi nombre. Yo te lo aparto.
Continuará
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